LA REACCIÓN A LOS AMORES LÍQUIDOS |
El melodrama, de moda |
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Muchas cosas remiten a aquella tira del viejo Canal 9 (del año 1984): la presencia de Arnaldo André como “amo y señor” de doble apellido, la condición de mujeriego del capanga, la supervivencia de dueños de estancia que reproducen en la ciudad y en el Siglo XXI los códigos de la novela rural del Siglo XIX. La presencia de dos hermanas “mala-buena” deja a criaturas similares de Antonio Gasalla en el terreno de la pincelada sutil.
Pero, más que una mala novela en el horario central de Canal 13, el resultado se parece a un producto kitsch que, por acentuar los rasgos del original copiado, termina ganando estatuto propio. La desviación notoria del naturalismo actoral, como en el melodrama clásico, aporta definitivamente a Pol-ka del costumbrismo. Lo que se ve es un producto a primera vista mal terminado que atribuye al azar y la casualidad los encuentros fortuitos, la cercanía azarosa de los personajes y los reencuentros no buscados que “ponen a prueba” a viejas relaciones. Pronto, ya en el primer capítulo, la desmesura del odio (por ejemplo: el que le dedica una hermana a la otra, o el que enfrenta a tres “corazones” buenos con el amo) privilegian las emociones desaforadas por encima de la verosimilitud de los diálogos.
El doblez está dado por el ritmo con que se anudan y desatan las pasiones. Los “flashazos” son repentinos; la seducción se despliega instantánea, a primera vista y siempre incompatible con la ideología del clan que se integra. Las “guarradas” cometidas por la que se anticipa como villana (Eleonora Wexler) parecen extraídas de una escena de Floricienta (cuyos capítulos viejos emitidos por el 13 funcionan como contrapunto perfecto). Valientes se parece mucho más a un cuento infantil que a otra tira costumbrista coral; desconcierta desde el título y los rostros (parece otro amorío cruzado del estilo de sus precursores de la noche) pero se liga a una fábula sobre el matrimonio como vía para la movilidad social.
Y está también Arnaldo André, como si el tiempo no hubiera pasado.
El galán misógino, que entró en el imaginario-melodramático-colectivo por darle una cachetada a una mujer (Luisa Kuliok), prefeminista, políticamente incorrectísimo, da prueba de ser la cara de una oligarquía nacional desarmada, a la que le quedó la casona, el apellido y el harén pero no mucho más que eso. Su tropa se reduce en la Argentina de hoy a la mucama. La venganza que le libran es por sus excesos del pasado. Desmantelada la estructura oligárquica queda Laureano, imagen de la ambivalencia, tierno con un círculo primario que incluye a “gente pobre”, encarnación de la “caridad bien entendida” cuyo patrimonio devuelve a la tevé una escenografía extinta, la mansión de dos plantas. Seguramente muchos permisos que se toman los guionistas de Valientes vienen de los buenos rátings que obtiene la seguidilla de culebrones del nuevo 9, aunque allí la temática unificada narco lleva las historias a una coyuntura más identificable.
La de Valientes es una operación con menor riesgo: toma lo viejo y lo crispa bajo el signo de la época; la abundancia (de galanes, de heroínas, de amores y odios, de venganzas múltiples) es lo central. Los amores líquidos de la era de Internet, confrontados con esas pasiones terminales e inmediatas, quizá encuentren un módico lugar donde hacer catarsis. Cada vez más lejos parece el tiempo en que se pensaba a la telenovela como un género menor, ahora que es el plato central de la programación abierta, para ver a la hora de la cena, con la familia unita.
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