CÓMO SE NARRA LA CAMPAÑA POLÍTICA EN TELEVISIÓN
La ficción de las Elecciones 

Tinelli con NéstorPor: Julián Gorodischer. El relato de la política se ficcionaliza, cada año, un poco más: recursos provenientes del stand up y la serie dramática para masas le modifican el tono, esta vez, a la cobertura y la edición especial (con tribuna de opinadores y debate en vivo) de la noticia política; un dramatismo más intenso atañe a la ejecución de un trámite administrativo (”La presentación de listas”). A los escenarios fundamentales de la narración mediática de los comicios electorales (el atril del debate entre candidatos y la salida de cuarto oscuro que sitúa al “boca de urna”) se suma, entonces, “la presentación de listas”. Se verán: recursos del show en una zona hasta hace poco desangelada, gris, la del bureau estatal; espectacularización de la gestión administrativa; conversión del “apoderado legal” en héroe. La exhibición de una enumeración de nombres propios será una excusa narrativa tan insulsa como eficaz para mantener en vilo. 

Cuenta regresiva

El cierre de listas es una incorporación reciente al estatuto del show business de realidad. El relato sobre la actualidad política se narra, entonces, mediante la cuenta de los minutos que quedan hasta el final de la noche del sábado (de 23 a 24); se ve la pantalla dividida; el tiempo real hacia atrás (un recurso fundamental en la serie 24) especula con la posibilidad de que un apoderado no llegue a tiempo. Quizás los publicistas detrás de las campañas estén dosificando las intrigas con la misma necesidad de impacto que requieren a la venta de productos; o tal vez haya sido  o quizás sea solamente la pulsión mediática de incorporar nuevas instancias de show a su narración de la política (en tiempos en que Gran Cuñado decidiría votos): el resultado genera un novedoso “dramatismo” de la oficina pública, donde “el apoderado” es un Jack Bauer desabrido que recorre los minutos hacia atrás (hasta que venza el plazo para la presentación del expediente), alertado por el movilero de turno que lo azuza con que “sólo faltan minutos” y respondiendo, como se espera de un “duro” para la ocasión: “Esos minutos, ¡son un año y medio!”.

Política gestual

Se atribuye a Gran Cuñado calidad de encuesta sobre imagen positiva; logra ese nivel de injerencia en la esfera pública y habilita el runrún sobre sus conexiones con el poder (desde ser visto como “campaña sucia” a “campaña a favor de…”) quizá porque es síntoma exacerbado y paródico (pero es parte) de los avances vertiginosos de la Videopolítica, la era en que los gestos se devoraron a las palabras en base a la premisa de que una “personificación” adecuada –desentendida de los atributos materiales- decide una elección. Aquí están las caricaturas, reducidas a gesto: habilitan las primeras consultas de conductores radiales a encuestadores sobre una incidencia posible del show cómico en los resultados de junio. Quizá el interés de Gran Cuñado en tanto objeto resida en que es un comentario posible sobre la desmesura en el avance del marketing político. Podría, en ese caso, ser la parodia de una operación publicitaria en boga: la construcción de marca en cada candidato, ya sea el De la Rúa by Ramiro Agulla o el amarillo PRO by Ernesto Savaglio. Se visualiza, entonces (posible efecto de sentido derivado de Gran Cuñado) el modo en que consumimos políticos como productos, el modo en que el marketing avanza omnívoramente sobre las esferas de lo público y lo privado, el modo en que se homologan los relatos al registro del show televisivo, no importa el género ni la circunstancia. 

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