EL REGRESO DE LAS CHICAS OLMEDO
Mitos y justicia mediática

MitosPor: Julián Gorodischer. Mitos, el nuevo programa de América producido por Gastón Pauls, rompe con una tradición realista en la ficción televisiva para masas:

Héroe insatisfecho, no convencional. El unitario justifica la motivación principal del protagonista en una pulsión tan íntima como arbitraria: salir a reencontrarse con sus fantasías adolescentes corporizadas en las chicas Olmedo, bombas sexuales de los ’80; así como Todos contra Juan tomaba préstamos de las comedias de Ricky Gervais, en particular de la genial Extras (visibilizando al outsider de la tira juvenil, congelado en un fulgor pasado, perdido) aquí la marca más evidente son las comedias de la virginidad perdida o de mitificación masturbatoria, desde American Pie a Supercool. El personaje de Germán Palacios tiene una psicología compleja: necesita quebrar el “perfecto” entorno familiar, el trabajo corporativo, saliéndose del sistema productivo, de la normalidad asignada por trabajo, familia y propiedad. Lo mueve la voluntad de salir a espiar y consumar una relación con las ex divas. El resultado: aparecen las grietas de la vida burguesa moderna, las zonas erróneas del sujeto presuntamente realizado, el “fuera de campo” que ilumina un mundo de insatisfacciones donde todo está dado para dormir sobre laureles.

No productivo. Hay huellas de surrealismo en una trama que avanza siguiendo el ritmo de la introspección del protagonista, que observa a familia, compañeros de trabajo, incluso a las chicas Olmedo (Susana Romero en el primer capítulo, Adriana Brodsky en el segundo) como un puntapié para que se despliegue densamente una subjetividad. A veces, la no linealidad de las causas y los efectos, la introducción de elementos oníricos, de fantasía, de pensamiento alterno se plasma en escenas concretas como el serruchado de un escritorio: el personaje interrumpe la cena familiar, y se escapa a partir al medio el mueble heredado del padre, sin que la trama se encargue luego de justificar o refutar; simplemente pasa, como así también su vida se enrarece, se pervierte, se degrada, al punto de alterar el sueño y la rutina doméstica para ceder a sus impulsos primarios; se instala con el telescopio en el bulín, y toda su pasión sigue fines no productivos; dedica extremo esfuerzo no a apoyar la evolución lineal de una trama sino a pervertirla, a disociarla, a disgregarla. Lo que se ve no es frecuente: un argumento televisivo se ramifica, se pierde en un conjunto de deseos amontonados, sucios, en la mezcla.

Basura cultural. Mitos visibiliza una zona de desechos del espectáculo y la lleva a motivo principal de la trama: allí están revalorizadas, reiluminadas, las chicas ligadas al deseo espúreo, vergonzante, de una generación que las consumía a solas, en un cuarto a media luz; allí está la fuente de tanta “paja” televisiva, clandestina, secreta. Allí están “los culos y las tetas” manoseadas por el Manochanta, reivindicados como imágenes estructurantes de idiosincracia, como hitos de conformación de una identidad colectiva para espectadores unidos por recuerdos. 

Biografía colectiva. Y entonces aparece Susana Romero haciendo de sí misma, agradeciendo –en la ficción- ser llamada “actriz”, vacilante, repentinamente enamorada, luego dejada por ahí. Hay, como en Encarnación, de Anahí Berneri (con Silvia Pérez) renovado interés por estas biografías de verdaderos mitos televisivos congelados en un momento de esplendor de su pasado, luego degradados a mero testimonio de una época de gloria terminada. Esas vidas interesan por condensar identidad colectiva, memoria emotiva y una intensidad dramática propia de los esplendores y derrotas de las estrellas de Hollywood tal como se cuentan en Historias verdaderas del canal E! Entertainment. Hay justicia mediática en volver a dar aire a las bombas sexuales del pasado.  

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