INFLUENCIAS DE RICARDO FORT
La farándula, de fiesta

Fiesta en MardelPor: Julián Gorodischer.  Pasando las páginas de Caras y Gente, un amanecer nublado… Domina la foto en pose: se ve un pacto de cese del fuego, poca escapatoria o romance pescado, escasos paparazzi en contexto de retorno del valor “ostentación” (de propiedades prestadas) que reflota la exhibición de yates y mansiones como en los primeros ’90. Ricardo Fort es el ícono- símbolo de la acumulación no productivista, una reivindicación consagratoria de la herencia ganada sin trabajo. Después de él, proliferan las “fiestas” (“La superfiesta de Mardel: fantástica e inolvidable”, dice Gente en su portada): se los ve con las bocas bien abiertas, lenguas al descubierto, entremezclados en un montón de cuerpos que recrea vagamente a una relación orgiástica. Ella (la vedette Silvina Escudero) se abraza al actor Matías Alé, mientras le coloca la cabeza sobre el hombro al actor Roberto Peña, quien a su vez apoya la palma completa sobre la espalda desnuda de una joven ignota que, al mismo tiempo, pone mano en el pecho de Carlos Perciavalle, que lanza la mano hacia delante sin saber bien para qué (modalidad “mano boba”).

Así  estamos en la crónica de la frivolidad farandulera, y quizá esta amalgama de cuerpos, este retorno de la ostentación de mansiones (que germinó allá en los cercanos ’90) se lo debamos al megamillonario de la era que nos toca, exaltador de la herencia no derivada de trabajo, importador del modelo de donaciones exculpatorias (ahora en su programa Fort Show visita hospitales con sus “gatos”). Quizá le debamos a Fort la merma de parejas entre los retratados de las revistas de variedades costeñas: ahora son clanes, agrupamientos fortuitos, mezclados, con la impronta del harén que el millonario instaló como modelo parental predominante de este verano.

El harén de Fort (“los gatos”) incluye sólo masculinidades bellas, cuerpos artificialmente musculados, maltrato, lujo, nomadismo sin clara justificación, escarceo pero no concreción, jugueteo con los emblemas de consumo gay (música, productos, locaciones) pero nunca una declaración explícita. Sus fiestas incluyen los estereotipos de la bacanal, como arrojarse vestidos a la pileta, volcarse champagne sobre los cuerpos y eventualmente lamerse y mantener un tono neutro hecho de carcajadas y gritos. La fiesta y el harén cronicados por la revista son más cautos: en principio son mixtos, y las mujeres concentran los primeros planos y el mayor número de apariciones.

“Me late, me late… carcajadas entre Marcelo De Bellis, Erica Di Cione… divertidos a full”: los estados de máxima intensidad son monocromados. La emoción positiva se expresa en la foto como flexión hacia atrás de todas las nucas; se los fuerza a una boca esforzadamente abierta, se los priva de mirada a cámara como en un rapto, un extravío. En el texto, el abuso de la exclamación y los tres puntos genera una suspensión del tiempo de las preocupaciones y las obligaciones; no hay referencias a la realidad exterior: por lo contrario, el empapelado y el flúo, la ropa cual disfraz, las caras contorsionadas, la totalidad de los cuerpos en contacto insertan a la masa (a la “gente”) en los términos del género fantástico: utopía de una sociedad siempre en los inicios de la voluptuosidad (el cariño), frenética e inmotivadamente eufórica, merecedora de apariciones mediáticas sin saberse los méritos o la trayectoria.

Los varones suelen exagerar el amaneramiento: Carlín Calvo quiebra la muñeca izquierda y arma un pucherito afín a la machietta física de una loca, Perciavalle se abanica, un tercero se acomoda la corbata florida: la voluptuosidad tiene un único signo femenino que amansa la orgía del contacto pleno, que virginiza esta fiebre eufórica habilitando una intensidad inofensiva restringida al roce o frotación, apta para el consumo familiar. El verdadero carácter de esta intensidad moderada se revela en las copas siempre llenas, los labios mojados apenas con el eterno champagne que burbujea al servicio de una alegría menos brasileña –para nada un carnaval- que un reggaetón tan conservador como la sociedad portorriqueña. Así estamos en las fiestas de la farándula post Ricardo Fort: falsa intimidad develada, mucho exceso y contención, ostentación de propiedades prestadas: época de contradicción.

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