MODERN FAMILY, LOS MARTES A LAS 22 POR FOX
Espiando la familia moderna

Modern familyPor: Julián Gorodischer. Modern Family, la nueva serie de Fox que se estrenó esta semana, es una mezcla de comedia y falso documental sobre tres familias, dos de ellas apartadas del modelo de clan tradicional (hay un matrimonio con tres hijos, uno entre un hombre grande y una mujer joven colombiana y la debida pareja homosexual que cría a una niña vietnamita).

El prejuicio inicial advertía sobre el oportunismo de la ficción norteamericana reciente sobre el fin de los mandatos conyugales, forzando la actualidad en un formato de serie testimonial que apoya la reacción a un canon; entonces, el esfuerzo por consolidar un clan original fuerza la vuelta de tuerca argumental (en Cougar Town o en Weeds, por ejemplo) y eso parece puesto antes que la arquitectura de diálogos y la pintura de personajes.

Pero en Modern Family, la estructura de falso documental es efectiva y uno se siente espiando, metido en las casas de la pareja homosexual o en la del matrimonio desfasado por edad, entrando a una intimidad que no se ve arruinada por los clichés que sí abundan (la vecina recién llegada pone en peligro la pareja estable -el conflicto para el clan tradicional-, el gay conflictuado no se siente cómodo con su padre, el niño de diez años se ve sobrepasado por un amor platónico).

Quizás la eficacia esté en el ritmo apurado, en entrar y salir de las vidas sin resolución inmediata de sus conflictos, y entonces la comedia de Christopher Lloyd y Steven Levitan brilla por la singularidad de su forma, con personajes que miran a cámara, entrevistas que cortan la trama (de la que siempre es necesario desconfiar), un punto de vista de la cámara que puede estar obstruido por una cortina, que se infiltra detrás de una puerta entornada, temblorosa cámara en mano que da prioridad a la posición del testigo –a recrear la sensación de estar entrando por la puerta de atrás- por encima de los contenidos, de los diálogos. Y la serie se consagra como la ficción que mejor aprovechó hasta ahora el legado del reality show, intentando demostrarnos en cada plano que estamos ocupando una posición de fisgón.

En ese sentido, la actualidad –o la novedad- de Modern Family está más en darnos la sensación de espiar (eso que tan bien trabajan a diario las redes sociales, de Twitter a Facebook) que en la presunta modernidad de sus lazos parentales, que suenan a cosa forzada, impostada, porque lo que nunca se cuestiona en estas familias modernas es al matrimonio –de cualquier tipo- como base ineludible de la vida en sociedad.

Como si se tratara de una mezcla de The Osbournes con la acidez del The Office de Ricky Gervais, Modern Family se hace fuerte en la crónica de la minucia cotidiana. El diario del minuto a minuto, el “in situ”, la ilusión de estar presenciando un tiempo real bastan por sí mismos, creen los guionistas de este éxito de Fox, porque mitifican –lo enseñó el reality- la experiencia del hombre gris contemporáneo, le dan compañía y aura al bañarse o pasar de la cama al living. Son ficciones tranquilizadoras, que dan compañía, crean figuras afectivas fuertes y ofrecen consuelo a una existencia desapasionada.

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