EN TONO DE COMEDIA: VEEP Y NEWSROOM/
Políticos y periodistas

VEEP/Por: Adriana Amado - @adrianacatedraa Escena 1: La Vicepresidente del país más poderoso del mundo tiene a todo su equipo ocupado en elegir el perrito que mejor le quedaría en las fotos. Una asistente, además, se ocupa de cambiar el nombre del próximo huracán que se llama como la hija de la funcionaria y temen que eso se preste a asociaciones negativas para su imagen. Como era un día de agobiante calor en Washington, habían organizado una visita a una heladería para mostrarla cercana a la ciudadanía, pero la visita se postergó. Una indisposición del número uno puso en estado de disponibilidad a la segunda. No mucho, pero suficiente para que los helados se derritieran y se fueran los periodistas de los diarios en los que hay que estar.

Escena 2: La escena comienza en una mesa de periodistas respondiendo preguntas de los estudiantes. Dos de ellos debaten calurosamente su posición política y el moderador presiona al tercero, presentador del noticiero nocturno, a declararla. Ante su evasiva, un joven le pregunta si lo calla para ganar más audiencia. Pero recién se sale de sus cabales cuando una niña pregunta al panel por qué creen que Estados Unidos es el mejor país del mundo. Mientras sus colegas contestan con el clásico patrioterismo, el veterano presentador dice que no, que dejaron de serlo, que otros países los superan en libertad, salud, educación. Dice además que no lo son porque los ciudadanos ni se informan ni los periodistas lo hacen como cuando “No nos identificábamos por quien habíamos votado en las elecciones anteriores”.

HBO estrenó series este mes. “Veep” pinta una política mediocre, despreciada por su partido, obnubilada por el merchandising vicepresidencial, todo el tiempo preocupada por enjuagarse las manos con alcohol en gel que le acerca un colaborador tan inoperante como el resto del equipo. Y por constatar una y otra vez que no, que el presidente no la llamó. La fiel amiga de Seinfeld (Julia Louis-Dreyfus), se hizo adulta y llegó a la Casa Blanca en la piel de Selina Meyer, que tiene un es no es de lo que podría haber sido Sarah Pallin. De alguna manera, es la secuela humorística de otra extraordinaria producción de la misma cadena, sobre el libro “Game Change”, que intenta reconstruir la torpe campaña presidencial de la republicana más famosa, interpretada por Julianne Moore con un realismo al que no estamos acostumbrados. Sobre todo porque creemos que hacemos “historia reciente” contando lo que ocurrió hace cuarenta años mientras vemos cómo el monstruo de Hollywood no teme dar su versión de la campaña política que acaba de cerrar.

The Newsroom” transcurre, como su nombre indica, en la redacción de una cadena de noticias. Su principal desafío es mantener la atención del televidente en un espacio tan estrecho, pero lo logra cuando se abandonan los diálogos y se abren los teléfonos y las pantallas que traen las fuentes de las noticias. Para los que creen que las presiones vienen de las altas esferas, les recomiendo ver el primer capítulo donde cuenta los primeros momentos del derrame de la British Petroleum (BP). En veinte minutos se condensa la teoría de la noticia como campo de tensión entre las ganas de contar, la oportunidad de hacerlo, la improbabilidad de encontrar alguien que la confirme en cámara, la estupidez del productor que no hizo el llamado que había que hacer. Lo mejor del guión es que muestra un trabajo de investigación tanto de los hechos como de la comunicación. Como al pasar, los parlamentos deslizan lo último que se discute en efectos de los medios: “Si los demócratas son fabulosos, ¿por qué pierden las putas elecciones?”. O “Este país está más polarizado que nunca antes (…). La gente escoge la verdad que quiere creer”.

Pero no intentan demostrar una hipótesis de los medios. Apenas dramatizan las contradicciones que los habitan. Si llaman al vocero de Halliburton, preguntan sobre su responsabilidad como contratista. Pasan el comunicado oficial de British Petroleum pero consiguen que el testimonio del ingeniero del departamento de inspecciones (no les interesa la versión del ministro) que confirma que hay pocos inspectores para muchos pozos (¿les suena familiar el tema?). Solo de ver ese capítulo queda clarísima la diferencia entre un noticiero hecho con material bajado del sitio oficial del gobierno y un programa que busca hablar con otras fuentes. Otra que bajar línea.

Hace diez años el escritor chileno Fuguet habló del gen HBO, ese que generaba una televisión irreverente que experimenta nuevas formas de contar. Sin dejar por un momento de ser televisión (leve, fluida, agradable de ver), requiere un público más inteligente. La política se cuenta en tono de comedia que no teme la investidura presidencial, como muestra “el sitio oficial de la vicepresidente” que no escatima en parodia a los símbolos patrios más sagrados. El noticiero es un drama que muestra por igual virtudes y defectos, aciertos y errores tanto de los periodistas como de las fuentes y del público, que alternativamente son buenos y malos. No hay moralinas, ni gente en las trincheras del pensamiento, lo que hace al entretenimiento más profundo. Y mucho más efectivo. No me imagino una parodia de esta calidad con figuras de primera línea en ningún campo en la televisión de estos tiempos. La diferencia entre “El pacto”, que también quiso contar la parte de atrás de los medios y los políticos, es que la gente de HBO sabe bien que nadie se sienta a mirar la televisión para que le digan que es un estúpido que no sabe nada de la vida. Que ahí viene la televisión a enseñarle que la historia reciente el bueno es bueno hasta lo insoportable y el malo es malo hasta lo increíble. Después se preguntan donde dilapidó 4 puntos de rating del primer capítulo y terminó el octavo con 0.8. Paradójicamente, la televisión logra sus mejores resultados cuando no quiere ser otra cosa que la mejor televisión.

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