TODO PASA POR LA PANTALLA CHICA
Argentina Teledependiente

Pablo EcharriSusanaMirthaPor: Osvaldo Bazán. Todos quienes seguimos de cerca los avatares televisivos hemos advertido hasta el cansancio sobre el riesgo que implica una televisión que sólo habla de la televisión misma. La pantalla como reflejo ad infinitum de los reflejos de la pantalla. Las veinte mil veces que vimos a Narciso Ibáñez Menta apagar el incendio de su torta de cumpleaños en la mesa de Mirtha Legrand. El día en que Guido Süller le dijo a Oggi Junco: “Te operaste para parecer Beatriz Salomón y terminaste siendo el hipopótamo de Pumper Nic”. El breve set de trompadas imperfectas entre Samid y Mauro. Susana preguntando si los dinosaurios estaban vivos. En fin, los cien momentos televisivos que cualquier argentino, con el mínimo de cultura de la pantalla, lleva encima.

Una televisión que sólo habla de la televisión hace que el mundo del espectador sea cada vez más chico, reduce la cabeza a las 24 pulgadas y todo termina ahí. Es cierto, el espectador podría superar con su curiosidad propia la falta de curiosidad del medio. Pero eso, ya sabemos, no ocurre. No sé si es por culpa del aparato, pero está bastante claro que el público tiene muchas veces la televisión que se merece.

Pero ahora la cosa se ha ido complicando de manera exponencial.

No sólo la televisión es teledependiente. Casi no hay programa de radio exitoso que no esté conducido por alguien que está o estuvo en televisión. La vieja magia del oyente que no conocía el rostro de quien le hablaba y se enamoraba ciegamente de Norberto Suárez o Nucha Amengual mutó por una necesidad enfermiza de conocer la cara de quien está hablando. Las mañanas radiales tienen a Santo Biasatti, a Luis Majul, a Dady Brieva, a González Oro, a Mario Pergolini, a Mónica y César. Todos, algunos más, algunos menos, con paso televisivo. Eso por no hablar de los comentarios sobre televisión que matizan todas las transmisiones y se convierten en materia excluyente en muchos casos.

Al teatro comercial le está pasando lo mismo. Exceptuando las comedias musicales, los espectáculos para el gran público en el teatro son tributarios de programas de éxito. Bailando y Patinando y Cantando y Nadando y todos los gerundios posibles son una generadora insuperable de subproductos teatrales. Las chicas se pelean, los jurados se pelean y todo pasa directamente al escenario. Hasta los teatros oficiales se convierten en teledependientes al buscar afanosamente actores de éxitos televisivos para sus elencos.

Lo mismo ocurre en el cine argentino que también se ha vuelto absolutamente teledependiente. No hay película que tenga aliento popular que no incluya al menos en su pareja protagónica a actores conocidos de la tele. Y si no los tiene, es porque renunció de entrada a ser vista por el gran público. “La gente” sólo parece aceptar ir al cine a ver películas argentinas si en la pantalla grande aparece gente que ya conoce de la pantalla chica.

La industria discográfica se mantiene gracias a éxitos que vienen de la televisión: Patito Feo, Casi Ángeles, Son de Fierro, Gran Hermano, todos tienen sus discos en la calle.

Si no está en la tele, no existe.

Y así, millones de argentinos sólo “existen” como enojados usuarios de trenes que no funcionan, como inundados dependientes de la caridad –otra vez- televisiva, como llamadores compulsivos que le cumplirán el sueño a la cieguita de turno, dejándole los treinta centavos más iva…a la televisión.

Cine, radio, música, teatro, todo depende de la televisión. Hasta la televisión. ¿No nos habremos excedido un poco?

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