Por Adriana Amado - @Lady__AA Cuando algunos decían que la televisión estaba agotada, aparecieron energizantes que la mantienen viva y coleando. La locura que despertó la segunda temporada de “House of cards” lo confirma. Pero sobre todo, vive en las tardes de telenovela que la vieron nacer, como demuestra el entusiasmo que despierta Avenida Brasil en un horario que estaba apolillado hasta que Telefé descubrió que había gente buscando cuentos aptos para todo público.
Ya fue una sorpresa que las “Historias del corazón” de la tía Virginia empezaran a convocar un público frente al televisor cuando nadie se lo esperaba. Cómo imaginar que películas amortizadas de tan repetidas iban a superar en audiencia los chismes carroñeros o los gordos sufridos de los otros canales. Quién iba a pensar que el éxito de las telenovelas viejas y malas de Canal 9 estaba señalando una demanda latente. La cuestión es que tardaron varios años en reponer un telenovelón de esos que sabe hacer el hermano brasileño, que vuelve a confirmar que el intercambio cultural del Mercosur funciona en la pantalla.
En los dos meses que lleva en el aire ya muchos explicaron que “Avenida Brasil” (AB) es la venganza de Rita/Nina en una familia que vive su paso de pobre a clasemediero en el Brasil pos Lula. Pero no es una novela de hondo contenido social. Para eso está un rato antes “Esa mujer” (EM), definida por su protagonista Andrea del Boca como la recuperación de la telenovela que “revaloriza los valores [sic] del ser humano, de la familia” con “temas que tienen que ver con lo social: desde el matrimonio igualitario hasta la identidad de género”. Por si quedaran dudas, su personaje se llama Nicolasa… Morales. Las dos novelas pasaron los cincuenta episodios. Una hace más de quince puntos de rating y en ascenso. La otra, un punto escaso.
Lo que nos atrae en un seriado no es aquello que cuenta del mundo (no es la clase que refleja ni la problemática social que trata). Lo que atrapa es la vivencia que comparte con el espectador. En AB las puertas tienen llave, la comida humea y la cocinera va a la quinta a cortar las aromáticas que le pone al guiso. Así como en “House of Cards” molestan las canillas gotean y la roña del departamento de la periodista o en “Pablo Escobar, el patrón del mal” pican los mosquitos en las haciendas. Como contracara, la novela producida con fondos públicos a través del Bacua y RTA es el reino del cartón pintado. Las flores son de plástico, las frutas de cera y el café se ve frío. El mundo de utilería pasa el límite en la escena en que el galán corta una llamada desde un teléfono inteligente para buscar un número en una libreta ajada que saca del bolsillo. Alguien que le avise al guionista como guardar teléfonos en la agenda. En AB las chicas van a la peluquería y se hacen un baño de crema. En EM para tomar un té las dos amigas se sientan mirando a la cámara aunque la mesa esté vacía. Nadie va a encender el televisor para conocer cómo es la época en que vive pero no puede dejar de ver cuando lo invita a meterse en la casa de alguien para jugar un rato.
Con el mismo espíritu, AB deja parte de la trama en la cabeza del espectador. No se puede estar seguro si Carmina, la malvadísima que va a ligar la venganza, tiene alguna dosis de sentimientos nobles. Ni tampoco si Nina, la vengadora, está perdida o sabe bien lo que hace, si es insensible o vulnerable, si odia más que ama o al revés. O si Tifón es bueno o buenudo. Y no, no sabemos, ni vamos a estar seguros porque justamente eso es lo divertido. Es un bodrio cuando las perras son perrísimas, al punto de decir sin disimulo que “A los hombres no les gustan las mujeres independientes, tampoco les gustan las inteligentes, quieren una mujer linda” como plantea la mala en el capítulo 55 de EM, sin temer que el INADI le reclame nada porque entre bomberos no se pisan la manguera. Bodrio que estalla cuando las buenas son sufridísimas como Nicolasa dice, en el mismo capítulo, que solo quiere que el mundo sea más justo y haya niños sin hambre.
La telenovela brasileña asumió que los años pasan y encara su madurez como teleserie. Por eso sabe dar en cada capítulo un momento narrativo que puede disfrutarse en sí sin importar cuánto sepamos de la historia. Por eso no necesita dedicar mucho tiempo a explicar lo que pasó, como se hizo costumbre en las argentinas que toman los primeros veinte minutos para repetir el capítulo anterior y los últimos veinte para adelantar lo que viene. En AB es el mismo guión el que repone como al pasar lo que hace falta saber para entender la rabia de Nina, o por qué Monalisa sigue enamorada de Tifón aunque lo rechaza, o en qué consiste la obsesión del bígamo que aporta el paso de comedia para aflojar un poco tanta venganza y desencuentro. A los buenos seriados se les puede entrar en cualquier momento porque cada programa vale en sí mismo. Pero si venimos siguiendo el cuento, vale mucho más y entonces se premia al espectador fiel con disfrute, que es lo que vamos a buscar a la televisión.
Algo que aprendió la televisión comercial es a considerar al público. Debe hacerlo porque vive de él, cosa que no les pasa a los productores de ficciones con la inversión garantizada por el Estado. Y eso no es solo evitarle la condena de ver la misma situación una y otra vez en todos los capítulos, como hace la telenovela de canal 7. Si uno se pierde un capítulo de AB tiene ganas de buscarlo por internet porque sabe que va a estar disponible al rato de exhibido en una página donde también se encuentra todo lo necesario para recuperar la historia (resúmenes semanales, mensuales, temáticos; comentarios de sus propios intérpretes). Los capítulos de EM andan por ahí, en el banco de contenidos audiovisuales sin que el canal que la pasa tenga la gentileza de anunciarlo ni en su canal de YouTube ni en la web del programa. El éxito de una telenovela está cuando uno tiene ganas de volver a la casa para ver qué pasó. O no salir para quedarse a ver como contaba Kevin Spacey que pasaba con la gente que se había visto de un tirón “House of cards” y lo paraba por la calle para decirle “Gracias por sacarme tres días de mi vida” . La telenovela sabe más de la vida que la política porque es una elección que se juega todos los días, hasta el último.