Por Adriana Amado - @Lady__AA Para los que todavía no se convencen de que la tele no refleja la vida pero es su espejo, la pantalla que tienen los ricos puede ilustrar esta aparente contradicción. La televisión no es reflejo porque si lo fuera hubiera incluido en las ficciones los ricos de la Argentina de hoy, esa nueva burguesía de burócratas que viven en Puerto Madero o tienen ahí sucursales secretas de las reparticiones públicas. Pero no están y justamente esta omisión (o su polémica inclusión en algunas noticias) refleja el clima de época, que no se anima a ficcionar, y menos a caricaturizar, los ricos del momento. Están demasiado cerca del poder.
Quizás “La dueña” fue la ficción que allá por 2012 más cerca estuvo de los potentados actualizados, pero los que aparecieron este año en los seriados son unos bienudos poco verosímiles por lo anacrónicos, que hablan engolado y andan en bata de seda a toda hora del día. El tratamiento que dan a la decoración y a las marcas también es confuso porque los asalariados tienen vestidos y tratamientos capilares de lujo, como en “Guapas”, y a los ricos se les pone una ropa pasada de moda y se los ridiculiza con unos hábitos de mal gusto, como en “Viudas e hijas del Rock & Roll”. En estas mansiones, las mucamas son unas atrevidas, tanto más avispadas que sus patrones en esfuerzo del guion por dejar claro la injusticia de clase que la puso a pelar las papas y no a administrar las posesiones de sus contratantes, unos estúpidos de los que es fácil reírse. Total, ninguna oenegé reclamará por la caricaturización del acaudalado ni el Inadi realizará una campaña en contra de los burdos estereotipos que lo representan.
El éxito mundial de las novelas “Pablo Escobar, el patrón del mal” y “Avenida Brasil” se explica en gran parte porque supieron retratar esos que hoy llevan vida de ricos. Los narcotraficantes y los políticos en el caso de la ficción colombiana, los futbolistas y financistas en el caso de la brasileña. En estas obras, el contraste con las clases pobres no está exento de las contradicciones que atraviesan la realidad cotidiana, y eso hace a sus personajes tan atractivos. Los buenos y los malos no estaban de un solo lado. Estos personajes contemporáneos son los que más nos intrigan y a la vez, los que más desconocemos. Sus conflictos humanos se pueden explorar en la ficción con una profundidad que el documentalismo o el periodismo pueden con menos libertad justamente por tratarse de poderosos.
Los libros periodísticos que se ocuparon de los ricos argentinos no tuvieron correlato en la televisión que sigue sin tomar los personajes que contaba la serie noventera de Los dueños de la Argentina de Luis Majul o los que relatan algunos libros recientes. Por caso, Soledad Vallejos en Vida de ricos menciona como costumbre de los potentados de estos tiempos el del avión propio que cuenta Cristiano Ratazzi, empresario, obsesión que ponen reiteradamente de manifiesto los políticos, a los que cuesta presentar como nuevos ricos. Alejandra Daiha, en El barrio del poder relata con nombre y apellido las costumbres inmobiliarias y recreativas de los habitantes de Puerto Madero, el enclave más caro y promisorio del país. Sin embargo, ninguno de los personajes y sus excentricidades han sido parte de la televisión, donde siguen siendo tabú las mantenidas, los hijos malcriados del poder y los no reconocidos, los futbolistas y sus negociantes, los jóvenes burócratas que pasaron de mantenidos a grandes aportantes de impuesto a las ganancias. Y los aviones.
El cine se animó algo más cuando produjo las novelas de Claudia Piñeiro, pionera en contar la idiosincrasia del country, esa que también conocimos por las noticias policiales del caso García Belsunce. Pero la ficción televisiva, lejos de mirar esos antecedentes, copió el modelo de “Amas de casas desesperadas” de los suburbios de la costa oeste estadounidense, que poco tenían que ver con las señoras de Nordelta. La miniserie oficial “El pacto” se metió con un empresario mediático enriquecido bastante años atrás pero ninguna ficción se ocupó de los ricos empresarios de medios de esta década. La riqueza se ficcionaliza en grandes mansiones pero todavía no en las alturas imposibles de los rascacielos de Puerto Madero o las que alcanzan los jets de alquiler.
Los nuevos ricos de la Argentina ya no son los de los noventa, aunque sus costumbres se les parezcan. Esos ya vendrían a ser viejos ricos sin que por eso se identifiquen como los ricos tradicionales, que ya no son ricos porque de sus latifundios quedaron, con suerte, algunas parcelas que alquilan a sojeros que no tienen prosapia de doble apellido porque son corporaciones multinacionales. No es casual que el tema sea más complejo en Argentina que en Colombia o Brasil porque el esquema clasista se resiste a incorporar el dinero como variable. Se puede considerar rico a un quebrado solo porque mantiene el apellido y la membrecía del Jockey Club, a la vez que no se admite como tal alguien que acumule rentas en millones de crecimiento geométrico, sobre todo si muestra carné de afiliación al partido Justicialista. Como si alcanzara para convertir en la justicia social el que algunos puedan viajar en aviones privados, usar joyas y relojes de marca, andar en motos caras. Cualquier burla o crítica a la casta puede considerarse delito de investidura. No se me ocurre mejor prueba de su poder que haber logrado inmunidad televisiva.