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Por Adriana Amado - @Lady__AA Estos días la conversación sobre los reality shows la concentró primero “Gran Hermano” y después “Showmatch”, y a esos dos programas apuntó toda la crítica para beneficio de la expectativa que siempre generan. Pero hay que reconocer que si de mostrar la Argentina descarnada se trata, mucho mérito están haciendo otros dos programas de realidad que se las traen. Con competidores mucho más agresivos que cualquier pelea que se pueda haber visto en la casa más famosa de la televisión. Con comentarios mucho más machistas que lo que puede hacer el conductor más famoso de la Argentina. Que esos rasgos hayan pasado desapercibidos en todas las semanas que llevan al aire confirma que agresividad y machismo forma parte de nuestro paisaje cotidiano.

 

La edición de “Master Chef” (Telefé) de este año despierta menos efervescencia en las redes quizás porque no compite en el mismo horario con el programa de Lanata, como el año pasado, pero aunque tiene menos tuits sigue convocando muy buena audiencia. Se trata de un formato global que pone a competir a cocineros aficionados en pruebas de alta cocina. El año pasado ya comprobamos que las exigencias son más modestas en la versión argentina que en otras que se ven en el cable, quizás porque la comida autóctona es bastante rústica, quizás porque se quiera evitar cualquier connotación oligárquica de restaurantes de lujo. Pero nada delata más la idiosincrasia nacional que la soberbia con que hablan los participantes y las presiones y destratos con que los jueces castigan el delito de haber presentado los ñoquis un poco duros. En tren de azuzar la competencia, la están poniendo un tanto angustiante.

Pero si quieren indagar un poco más en los problemas vinculares que convierten la violencia doméstica en el primer problema nacional vean un rato “Escuela para maridos” (Fox Life). Se trata de terapia de pareja pero grupal y televisada, dirigida por Alessandra Rampolla y conducida por Alejandro Fantino. Con la excusa de ejercicios sanadores de los conflictos maritales se pone en pantalla el desamor que sostiene los lazos familiares por estos días, con cuotas de machismo que ponen a Tinelli en condiciones de aspirar al premio Simone de Beauvoir. Los celos, la lascivia, la grosería, la ordinariez se vuelven rasgos comunes de parejas que en principio solo parecerían compartir su pertenencia a una clase media empobrecida de lenguaje y cortesías. Es un gran mérito de los conductores que logren convertir esos lazos sórdidos en algo pedagógico y entretenido y que mantengan el respeto por personas que lo han perdido para sí.

Los dos programas se pasan por señales continentales y proyectan una imagen de nuestra idiosincrasia mucho más efectiva que cualquier campaña de marca país llena de buenas intenciones. Es curioso que tantos que se escandalizan porque se desliza una teta de un escote en lo de Tinelli o por los excesos de los chicos de “Gran Hermano” no se indignen por los insultos y maltratos que mostramos en cualquier programa que nos ponga a actuar de nosotros mismos. Sean reality shows, programas de paneles o discursos en campaña, la hostilidad hacia el cercano nos atraviesa. Al punto que no tienen ningún pudor de exhibirla todas las semanas en pantalla.