DIME TU MELANCOLÍA Y TE DIRÉ QUIÉN ERES |
Cómicos que se extrañan |
Por: Julián Gorodischer. Hay personajes o roles que no tuvieron reemplazo en la televisión: sus vacíos son notorios. Por ejemplo: ¿quién es el cómico carismático que nos toca? ¿Servirá como indicador de “la falta” el hecho de que el lugar de cómico en el teatro de revista de Nito Artaza lo ocupe Marcelo Polino? ¿O que los cómicos más célebres de nuestra época (Gasalla, Pinti, Casero) estén afuera de la pantalla chica? Quizá todo tenga que ver con el apogeo de las estructuras corales, de los concursos, de los paneles, que le pueden bajar el perfil hasta a showmen como Marcelo Tinelli o Roberto Pettinato. |
La salida de los grandes cómicos se hace notoria cuando posibles sucesores como Humberto Tortonese se incluyen sólo como tropa en Resumen de los medios, o cuando el boom de Diego Capusotto se debe más a las consultas de videos en Youtube que al ráting que pueda obtener un lunes en Canal 7. A veces, lo que se extraña de los cómicos carismáticos tiene que ver con la función cuestionadora sobre la actualidad política, que al menos en TV abierta (no así en algunos programas periodísticos) parecería debilitada. Así extrañaba a Tato Bores Carlos Ulanovsky, su biógrafo, desde las páginas de La Nación: “Qué hubiera dicho el actor cómico de la Nación sobre el precio y escasez de la carne, sobre el humo que ocultó media ciudad y oscureció las rutas, o sobre el elevado porcentaje de apellidos Fernández en el actual gobierno. Seguramente, acerca de esos y otros tópicos de la actualidad, Tato y sus libretistas se hubieran hecho una panzada, como el cómico lo hizo en su extensa trayectoria: con crítica, pero con humor inteligente; con sátira demoledora...”.
“Dime a qué cómico carismático extrañas, y te diré quién eres”, podría ser el remozado refrán que repartiría a las tribus según el tipo de añoranza. La melancolía por Juana Molina atraerá –seguramente- a las psicólogas “progres” de Palermo que amaban la caricatura de sí mismas, y a “la cole” que vio por primera vez un reflejo de los judíos de Macabi que no caía en los clichés del amarretismo y la nariz ganchuda. Olmedo es multitarget, y por eso se dificultaría acotar a perfiles de seguidores, pero los que hacen oír en voz muy alta su tristeza son comunicólogos, periodistas culturales y estudiantes de periodismo que le dedican sistemáticas efemérides y recapitulaciones, e instalan cada tanto el debate de “por qué no fue canonizado en su tiempo”. Aquél que extraña a Las gatitas y los ratones de Porcel no lo asumiría a cara descubierta; parece más bien una pasión privada que no se enuncia porque no queda especialmente bien, pero trae el agrio olor de las iniciaciones sexuales a solas frente a las primeras tetas siliconadas.
En lo personal, extraño a Francella, porque me hipnotizaba su erotomanía, cuando aparecía siempre alzado con “la nena” o “la jefa”. Y me gustaba especialmente el momento de transición entre los sketches, cuando el elenco y su “cabeza de compañía” se trasladaban de un decorado a otro remarcando la “cosa armada”, lo cual me parecía bastante provocador en el marco de un programa masivo como Poné a Farncella. Pero sobre todo me falta Gasalla, porque sus mujeres eran un prodigio del grotesco transformista, que sólo sobrevive en unos pocos boliches gays muy de vez en cuando, pero nunca con la exactitud del guión de Bárbara Don’t Worry o de la vieja. Sus pocas intervenciones de este año fueron en Ponele la firma, de Polino, y en reemplazo de Gerardo Sofovich en el jurado de Bailando por un sueño. Otro destino, a su altura, parece improbable por ahora.
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