SEX AND THE CITY: MONUMENTO A LA VULGARIDAD
El cine que le hace daño a la TV

Sex and The City Por: Julián Gorodischer. Es triste pero ocurre en menos de dos horas y media: se demuele el prestigio ganado durante seis años de buenos guiones de televisión. La película Sex and the City no puede haber sido imaginada por la misma gente que construyó una ficción de avanzada en varios sentidos. Y no me refiero a que su mérito haya sido fomentar un modo de vivir los 30 (como de hecho ocurrió masivamente entre chicas que se empezaron a agrupar de a cuatro para intercambiar anécdotas) sino encontrar un registro sutil de comedia ligera entremezclada con crónica urbana, que adquiría especial encanto tratándose de esa babel hipnótica llamada Manhattan.

El ‘tonito’ de Carrie Bradshaw desde la voz en off eludió sabiamente la moraleja edificante o moralizadora para promover que cada cual, sobre todo en el sexo, haga lo que mejor le plazca. Pero la película da marcha atrás en la referencia erótica, desalienta la escena sexual en la trama y, cuando entrega algunas pocas, las limita al plano de las fantasías no realizadas de Samantha. Curiosamente, los creativos detrás de la adaptación entienden que la televisión (contra lo que se cree en la Argentina) es terreno más propicio para los relatos sutiles y sofisticados que el cine, donde habría que facilitar el discurso y quitar ambigüedades. A la falta ya mencionada de sexo hay que sumarle el arquetipo de una mujer unidimensional, estrictamente focalizada en casarse como vía para adquirir fortuna o descendencia.

Si existe alguna responsabilidad creativa para con los grandes relatos del tiempo que nos toca vivir, esta gente cometió una falta grave. La Carrie Bradshaw que conocíamos, y que hasta se convirtió en una forma de adjetivar a un tipo femenino particular, se despedaza detrás de la nueva identidad de la versión fílmica: se terminan sus matices, se vuelve una completa abstinente cuya máxima atribución, en aquello en lo que –se supone- es experta, es acariciar un par de Manolo Blahnik que ni siquiera se calza. La serie había sido felicitada por movimientos feministas por aportar a una moderada liberalidad sexual a cargo de mujeres solteras, profesionales e independientes. El film podría ser impugnado por misógino: son mujeres a las que no se les vislumbra ocupación evidente (ya ni se ve que Carrie escriba periodismo), reducidas a un estereotipo de conducta como “hacer una escena por cualquier pelotudez”.

Hay un fragmento especialmente desagradable: tal vez para emular su origen televisivo, o por puro desconcierto de guionistas errantes, Sex and the City presenta un segmento puramente comercial, en definitiva la primera tanda injertada en una película como bloque de espacio y tiempo. Ya no se trata de la mención encubierta o aislada sino de una tanda temática para promocionar vestidos con la correspondiente alusión a las marcas a cargo de Sarah Jessica Parker. Quizá haya un tarifario que regula la mención más demorada de algunos diseñadores y la calificación de “inolvidable” que se dedica sólo a unos contados vestidos. Otra vez es la idea de que en cine hay que reducir y simplificar y desandar la tradición de una serie que prefería mostrar una etiqueta apenas como al pasar o limitarse a situar una charla bajo el logo de una discoteca de moda. Casi todo es vulgar: también la manera de vender el catálogo sin intención de complejizar en lo más mínimo la vacilación de Mr. Big ante el altar o la pelea sobreactuada entre Miranda y su marido.

El desdén por la trama lleva a apurar el ritmo narrativo hasta hacerlo parecer un grotesco, y todo –se sospecha- es para hacer entrar los 300 cambios de vestuario asignados a Sarah Jessica. El trazo es torpe, desmotivado, y no se molesta en ornamentar mínimamente los happy endings. Si se considera la posibilidad de que –como explicaba Daniel Link en un artículo sobre la última entrega de Indiana Jones- “cuantitativamente el cine ha muerto: como arte, desde ya, pero también como entretenimiento”, el traspaso a la pantalla grande de Sex and the City será una prueba concluyente, y una oportunidad perfecta para decidirse por alguna de sus temporadas en tevé antes que el bodrio que se proyecta en salas.

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