LAS BAILARINAS SE QUEJAN
Melancolía del otro caño  

Marcelo Tinelli y el cañoPor: Julián Gorodischer.Cuando empezaron a anunciar el baile del caño en el programa de Tinelli, me di una vuelta por el cabaret Cocodrilo para cotejarlo con la escenografía del ciclo televisivo y proponer un juego de los siete parecidos, o algo por el estilo. Me encontré con que un par de bailarinas creían resolver con mucho más oficio lo que se plasma en la pantalla. Una de ellas me aseguró que estaba muy enojada por cómo la tele distorsionó la técnica que, durante los últimos años, había ido perdiendo su carga prostibularia incluyéndose hasta en algunos campeonatos deportivos. Pero el caño de la televisión no le hizo nada bien al status naciente y devolvió al caño a su lugar de origen.

 Me dijo la bailarina que tomé como contacto que, de hecho, hasta que no empezó “lo de Tinelli” el caño de cabaret permanecía en escena, sí, pero apenas como un ornamento más en un fondo negro que servía de marco para un strip tease con mayor confianza en la autosuficiencia del cuerpo. Como parte del mobiliario o del elenco estable, nadie se había atrevido a sacarlo. Pero a algún cerebro de las huestes de Showmatch se le ocurrió consagrarlo, y cambió el panorama repentinamente.

“Poco bien le hace Showmatch al caño”, me dijo la bailarina: la tele impone un mundo sobre otros, asienta sentidos anacrónicos y destierra el sueño de la mujer bonita de puta a princesa, y de las competiciones federadas. El caño era la puta que empezaba a zafar, ingresaba al mundo de “la vida respetable”; hasta entraba en algunas cabezas arriesgadas la posibilidad de considerarlo en el espectro de las gimnasias deportivas; había quien lo elogiaba como lo mejor para los muslos; las revistas de fitness lo ponían en tapa; obtenía rango de ejercicio para mejorar el aspecto físico. Mucho de su cambio de personalidad se lo debía a Carmen Electra (la mujer de Dave Navarro) que editó unos videos parecidos a los clásicos de Jane Fonda pero que incluían baile del caño en vez de las aerobics pasadas de moda.

Hasta que el año pasado lo usaron de apoyatura para tirarse el vaso de leche encima, el bailarín se la chupó del escote y Tinelli comentó que “qué lechazo te dieron mamita”, nunca tan cerca del porno en la televisión como en el concurso de las vergas gigantes y los cuerpos húmedos. Desde entonces el caño garantiza los picos de rating del año, ahora como en 2007, pero también destruye el sueño de ascenso de clase, la esperanza de zafar. Se desarma el componente glamouroso para que la estética-cabaret vuelva a basarse en el falo al que le pasan la lengua durante la performance, momento pico para que se prendan las camaritas del celular, lo más buscado, lo que se desea en la tele o en la vida; se reinstalan viejas condiciones: el caño menos como prueba de la resistencia de los muslos que como sostén para la lengua y los genitales: la metáfora es explícita, se engruesa.

El caño pierde otra vez la elegancia que había empezado a adquirir como sostén de piernas firmes para volver a ser la pija inmóvil que alienta a actuaciones remanidas sobre una erotomanía de la bailarina sin límite, tan excedida como inverosímil. La figura de la bailarina de caño post Tinelli pierde sutileza: se expresa mediante boca bien abierta, gemidos mudos, la representación de un “celo animal” que, viendo el programa, se tendería a asociar a la parodia. Pero no es paródico a juzgar por lo que se ve en el cabaret, donde se mantiene esa estética aplicada a la solemnidad del trato con el cliente: movimiento espasmódico de la pelvis que –dice mi contacto en el lugar- se había ido desterrando en pos de una curva más suave. Bailaban junto al caño o lo usaban para volar pero como si estuviera sin estar, suerte de histeria coreografiada que daba signos probados de su poder para calentar, pura confianza en la economía del movimiento. El caño de la tele cambió al caño del cabaret; se huele, en esta escena de porno clase B, una melancolía de tiempos mejores no tan lejanos.

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