Crónicas + Desinformadas

Que los animales muten. Que el pulpo, por ejemplo, se camufle como si fuera ninja. Que haya animales que cambian de color. O pasen de gusanos a mariposas. Que haya aves que recorran continentes. E insectos que tengan un mejor radar que la torre de control de un aeropuerto, vaya y pase. Podemos vivir con semejantes milagros de la naturaleza, y seguir con nuestra vida pensando que la verdadera magia la tienen los superhéroes de Marvel.

Durante décadas, los científicos apuntaron a encontrar las claves del cuerpo humano envueltas en el corazón. Luego, tal vez cansados o ansiosos de pasar a un tema nuevo, pusieron en foco al cerebro: ese cofre lleno de magia y misterio. Y ahora, agotados los best-sellers, hastiados ya de tanto neurocientífico que nos cuenta que, al fin, localizó en qué parte del cerebro está el miedo o el gusto por la papa frita, una nueva corriente ha llegado a imponerse: los que postulan que la esencia de todo, la verdad de la milanesa, hay que buscarla más abajo, en nuestros propios intestinos.

Tiempo atrás, un amigo me anunció que a su madre iban a quitarle un tumor del cerebro. En lugar de contarlo apesadumbrado, mi amigo lo narró con una sonrisa como si dijera que su madre festejaba cumpleaños o se iba de viaje en crucero.

La gente hará lo imposible para defender a su equipo. Sobre todo, justificará de mil y una formas si juega mal, si se va al descenso, si no convierte gol hace siglos, si la estrella no la emboca, si falla, si su club está atravesado por mafias, si el técnico es un bueno para nada. No importa: el hincha buscará en el bolsillo hasta encontrar una razón para defender el corazón del club, la esencia misma, los colores, el espíritu, lo que fuera. No dejará de hinchar por su club por más que llueva, truene, dinamiten la cancha, la conviertan en cadena de supermercado o que se la trague un alud. El hincha, le toque el club que le toque en suerte, lo llevará siempre, como se dice, en el corazón hasta el último día.

Nos asombramos día a día con lo que cobran los futbolistas –los buenos claro-, o cuando nos enteramos la millonada que levanta en pala un actor de Hollywood. Nos pone de la peluca saber la torta de plata que pagan por una obra de arte moderno que uno, ni aún esforzándose, puede entender.

Si ya estaba cansado de las temporadas de Gran hermano donde los huéspedes son cada vez más mequetrefes y bodriazos, si no quiere más reality humano y lo que busca es dar el siguiente paso en un espectáculo 100% verdadero, debería echar un vistazo a una tendencia rara, pero que existe: el streaming de aves.

Tiempo atrás, los aviones pequeños eran un juguete hermoso: había planeadores en madera balsa que atravesaban los parques en un vuelo fabuloso y único, otros, para los de más dinero, a control remoto que eran la envidia del barrio. Y por supuesto, siempre estaban los barriletes que era una suerte de modelo unicelular de avión nac and pop. No tenían dos alas, no calificaban de aviones, necesitaban de una cuerda pero nadie lo podía negar: volaban.

Que el mundo está colmado y parece un pañuelo, eso es cosa sabida. Que el ser humano es una plaga, un bicho tóxico del cual el planeta aún no sabe cómo quitarse de encima, eso también es cosa conocida. Y es así cómo, con una humanidad cada vez más desbordante en un mundo cada vez más apretado, hace que, por supuesto, el hombre decida –o se vea en necesidad- de vivir en casas cada vez más pequeñas. 

Que saldremos del cepo antes de lo esperado. Que si el país empalma tres meses consecutivos de inflación por el suelo como una racha en la ruleta, entonces sí, saldremos del cepo. Que después de las elecciones legislativas de octubre para contener imprevistos y cerrar el año con una buena noticia, entonces se acabará el cepo. Que sucederá antes de las elecciones para ganar electorado.

 

Que si correr o caminar. Que si es mejor correr en la playa, sumergiendo los pies en la arena. O es mejor en la montaña capeando la ladera. Que si es mejor el trote en el asfalto en horas no tan extremas del verano. O es mejor caminar regularmente llueve o truene.