Crónicas + Desinformadas

Estamos cansados de otra campaña política. Es una fiaca. Ya sabemos de antemano cómo saldrán las cosas: no importa quién gane. Uno entrará al cuarto oscuro sintiéndose, en un lapso breve, poderoso, decisivo, democrático, y luego todo volverá a la normalidad: o sea, al desastre nuestro de cada día. Verá nombres en los papeles, algunos reconocerá y otros no. Esos nombres habrán luchado de a codazos por ganar ese lugar en el papel. Algunos habrán, además de dar codazos, irrumpido con algún que otro pisotón. No importa. Es lo de menos. Son las reglas del juego. Y de ese juego, señoras y señores, estamos podridos. No más papeleta. Nomás urnita de cartón. Say no more.

Mientras conversaba con el repartidor de agua –que, por otra parte, acabo de enterarme es maestro de artes marciales-, con el sol a sus espaldas, mientras lo veía explicar con entusiasmo y el barbijo liberando nariz y algo de la boca, los pormenores de una gira que darían él y su equipo de peleadores a Brasil, entonces la ví. Pequeña, brillante, y por qué no feliz. Desde la vereda, y a un metro del repartidor, la observé ascender, al fin liberada, al fin ella y solo ella, en un arco desplegado al cielo invernal pero soleado de mi pueblo. Buscó, se estiró en la medida de sus posibilidades, ensanchándose en el aire como una mariposa.

Es la pregunta del millón. Con los hijos sin clases y la pandemia mediante, es complejo pensar creativamente el asunto de las vacaciones de invierno y poner sobre la mesa opciones atractivas. 

La gente hace cualquier clase de idiotez con tal de evitar estar aburrido. Pues el aburrimiento lo acorrala con el sinsentido de su vida. Cuando no hay otra cosa mejor para hacer, uno deberá, al fin, mirarse dentro, y eso es fatal. Prefería ver cualquier insensatez en la tele, hasta partido de la D, la liga de fútbol de Indonesia, o escuchar cómo a la vecina del cuarto le hicieron una salidera bancaria, con tal de evitar el tedio. Pero el tedio, como todo maestro sabe, es la puerta de la espiritualidad.

El magnate Elon Musk acaba de cumplir 50 pirulos y dice que sueña con irse a vivir con su esposa a Marte. Imaginamos que estará ya aburrido de la tierra, lo cual es entendible. ¿Qué más le queda por explorar en esta pelotita tan pequeña, para él, a la que llamamos hogar? 

Días atrás se publicó con bombos y platillos “La guía del mal”, estilo Filcar, pero con las peripecias de los seres más maléficos que pasaron por la ciudad de Buenos Aires. Allí están todos: desde Robledo Puch a las hermanas satánicas y la encantadora Yiya Murano. Y se cuenta con lujo de detalles, direcciones, plazas, los puntos de referencias obligados para que uno reconstruya, en una caminata de domingo, las desventuras a cuchillazos de esta gente con tan poca onda con la humanidad en general. 

El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires acaba de dar a conocer una lista de 17 razas de perritos que, según dice, son tremendamente peligrosos. Basta con mirarlos de soslayo, pedirles la hora o preguntar alguna dirección para que los perros se cabreen y tengan una inclinación automática a saltarte a la yugular. Es por esta razón que, con gran sentido común, el gobierno decidió tomar cartas en el asunto y obligar a los dueños a registrarlos, identificarlos y, llegado el caso, pagar multas si sus mascotas se ponen de la gorra. 

Cada dos por tres, salta en los diarios y en los noticieros una noticia de alguien que consiguió el milagro epopéyico de rajarse. Gente que de la noche a la mañana arma bolsos, y parte, con perrito y todo a ponerse un chiringuito en no sé dónde. El otro día, sin ir más lejos fue motivo de nota el flaco que googleó Estonia y a las semanas estaba allá, conseguía trabajo y nueva vida.

Visto y considerando lo bien que salió el inesperado cambio de último momento –estoy hablando de fútbol, perdón que no avisé antes-, donde River, con la mayoría de los jugadores tomados por el corona, debió salir a la cancha con un jugador menos, y el arquero reemplazado por el volante Enzo Pérez, es necesario preguntarse aquí antes de que el hallazgo pase a la historia y sea barrido por la lavandina de la desmemoria: ¿por qué, ya que funcionó tan bien, no probar enroques en otros ámbitos? Nadie hubiese apostado a que Pérez se iba a convertir en estrella del partido siendo arquero.

Al principio, por supuesto, guardarse en casa costó un perú. Hubo que redefinir horarios, reprogramar un modo de vida. Pero con el tiempo, mejor o peor, todos nos readaptamos. Compramos almohadones nuevos. Pintamos las paredes. Compramos una maceta. Un gato. Un hámster. Un observatorio de hormigas. Telescopio. Microscopio. Hicimos de nuestro hogar, un mundo. Algunos, más afortunados, consiguieron casa en la costa y a otra cosa mariposa.