Crónicas + Desinformadas

Alan Faena había pagado, tiempo atrás, cuando eso sólo era un páramo vacío de mar y arena, 80 mil dólares. El lugar, la Boyita, en Punta del Este, se convertiría, tras la mudanza de Faena, en barrio de millonarios amigos: Suar, Tinelli, Repetto. Y el predio pasaría a valer millones.

Que es el evento astronómico del siglo. Que baja la temperatura hasta diez grados. Que somos 0,77 kilos más livianos. Que nos situamos 44 milímetros más cerca del sol. Y qué se yo qué más. El asunto es que el eclipse solar de esta semana dejó una estela de crónicas tuti fruti en los medios, debates entre expertos y no tanto, y un sinfín de posteos que fueron desde el autoayudismo en sangre del “aprovechá el eclipse para amigarte con tu sombra”, hasta el anuncio del acabose que, por lo visto, viene un poco atrasado. 

Que las nubes días atrás formaron su silueta. Que Messi escuchó su voz en el partido. Que los fanáticos lo ven en sueños y les transmite mensajes de esperanza. 

No es culpa de Mercado Libre  ni de Amazon el hecho de que, todo tenga un precio, sea vendible y, con viento a favor hasta lo más insospechado encuentre alguien dispuesto a comprarlo. Desde tiempos inmemoriales el hombre subastó lo que fuera: desde cuadros hasta esclavos. No habría razones para alarmarse si, el boom de la subasta, escala a áreas, un poquito, truculentas. 

Era británico, se llamaba Robert Fisk murió este mes a los 74 años, y, excepto que seas un freakie de la crónica, tal vez lo pasaste por alto. De este lado del mundo, sus artículos eran menciones que pasaban sin pena ni gloria en la sección internacional de Página 12, el único periódico que los replicaba traducidos de su diario The Independent. Semana a semana, yo buscaba con lupa su firma porque sabía que, si era un texto de Fisk, era una obra maestra. 

Por Abdul Wakil Cicco. Basta de tratar a Dios como si fuera el alumno al fondo del aula, aquel al que nadie presta atención. “Para qué hablarle”, dicen los compañeros. “Si nunca tiene nada para decir.”

La gente dirá lo que quiera –siempre, de hecho, dice lo que quiere- y los medios pondrán títulos tremendistas, escandalizados cual carmelita descalza. Sin embargo, cada vez que surge un chisporroteo social a raíz de que alguien en público, olvidó apagar la cámara sólo deberíamos darle, a ese descuido, la bienvenida. Pues, de alguna forma, nos ahorra un sinfín de tiempo perdido hasta que uno conoce a la otra persona. Esto es muy valioso y muy productivo, ya que, en tiempos de distancia social y conocerse por una pobre pantallita chata y, digamos así, chota, todo aquello que nos permita acortar distancias en el menor tiempo posible es una buena noticia. Es oro en polvo.

Fue, tal vez, uno de mis primeros ídolos de carne y hueso –los otros habían sido He Man y otros superhéroes-. Raúl Portal, que acaba de fallecer a los 81, era todo lo que yo quería ser a mis 12 años: gracioso, loco, impredecible, payaso y, por si fuera poco, tenía un mono. De chico, me consumía todos sus programas cual heroinómano: desde Los juegos del terror al hitazo de Notidormi, el primer programa humorístico de medianoche, y hasta lo seguía en Radio Continental.

Es alarmante el informe televisivo que puso en jaque un grupo de delincuentes, en La Matanza, que se hacían pasar por policías para cometer toda clase de tropelías. Según expertos, estos no serían los únicos casos, lo cual abre la puerta para sospechar que en todo distrito puede existir un puñado de casos de policías que no son policías. 

Es una tendencia alarmante. Crece, como toda tendencia, y a ritmo de pandemia aún más. Es la inclinación del ser humano por llevarse mejor con los amigos a distancia que los amigos cercanos. Es el boom irrefrenable de la acumulación de amigos en red, y la disminución preocupante de amigos, por así decirlo, de barrio.