Crónicas + Desinformadas

¿Alguien puede decirme dónde han ido a parar los vasos? Pues, por mucho que uno transite restoranes de Palermo, o bares con aires de artesanal y progre, todo lo que encuentra allí es un puñado de frascos.

Ya lo habían anunciado. Este verano vendría con pocas lluvias. Pero uno tiene con el servicio metereológico la misma actitud que con el GPS: le cree hasta ahí nomás.

La relación se dio medio siglo atrás y fue fruto de un engaño. El tipo que los presentó era amigo de ambos y les había dicho que, luego del primer encuentro, los dos pidieron expresamente volver a verse. Cada tanto, cuando ese amigo llegaba a casa, él o ella me decían: “Este es Osvaldo, el tipo que nos mintió y mirá cuánto duró la mentira”.

La serie se llama Ertugrul –Resurrección- y narra la historia del padre que dará origen al imperio Otomano, en tiempos de invasiones, internas tribales, donde el mapa del mundo era como un gran TEG. Hay batallas filmadas que nada tienen que envidiarle a “El señor de los anillos”. Hay maestros inspirados como el gran Ibn Arabi que, por primera vez, se los retrata en una serie. Hay iniciaciones. Ritos funerarios. Casamientos. Y códigos de honor del islam que nunca antes fueron tratados con tanta destreza y poesía.

¿Por qué será que hasta los santos y las vírgenes son víctimas de las modas? No importa si parte de vacaciones, o vuelve de ellas, lo habrá visto cada vez que sale a la ruta. Antes la santa patrona del camino, era esa mujer agónica que, aún en su trance de muerte amantaba a su bebé: la irrepetible Difunta Correa. Ahora, es ese tipo melenudo de pañuelo rojo, bautizado el gauchito Gil.

No sé cuál será tu opinión del cine francés. Tal vez, se limite a recordar que existe un actor francés que tiene la nariz como un tubérculo, pero ni siquiera se te viene a la cabeza el nombre. O recordar aquel otro francés de rulos rubios que era muy gracioso, en la línea de Mr Bean. Pero hasta ahí llega la cosa. Nombres de películas, cero.

Nada como el verano para darse cuenta de lo lento que viene la evolución humana, en relación a otras contingencias de la naturaleza. Ahí está, una vez más, el intento inútil por frenar el mosquito con repelentes, cada vez más inútiles. La búsqueda, infructuosa, por protegernos de un sol cada año más caliente y penetrante y nocivo. Nuestro recurso, ridículo, por eliminar la velocidad e intrepidez de la mosca con una palmeta que lleva un siglo sin evolucionar en lo más mínimo. Si somos la cúspide de la evolución planetaria, la corona de la creación, vamos a tener que hacer un esfuerzo un poco mayor por parecerlo, ¿no le parece?

Pasa otro fin de año y queda el sabor amargo de los fuegos artificiales en aire, esa atmósfera de pos guerra que depara todo final de fiesta. El reino humano que celebra mientras el resto del reino animal lo lamenta, y un largo debate que aún queda abierto: ¿debe seguir siendo la pirotecnia de venta libre o debe estar restringida?

Mirando hacia atrás, cada vez que acaba el año, mientras se propone trazar un puñado de objetivos para el año venidero, uno, a la par, descubre el sinfín de problemas que se hizo al divino botón. Asuntos que, en su momento, parecían tsunami y terminaron siendo charquito de plaza. Abismos, cornisas y pozos sin fondos que, pasado el tiempo, se transformaron en escaloncitos sin importancia.

Día a día este mundo genera especies en extinción. Eso entre otras especies. Pero en cuanto a la especie humana, este mundo genera día a día actividades en extinción.