Crónicas + Desinformadas

De tanto revisionismo histórico mediático, hemos descubierto que esa herramienta fabulosa del periodismo de investigación –hablamos aquí de la cámara oculta-, no era tan fabulosa como pensamos en los ’90, y de hecho, le han endilgado tantos pecados que habría que llevarla a juicio y ponerla de una vez por todas en el penal de Ezeiza.

Fue parte de una ola de protesta en reclamo a mayores medidas de seguridad para los ciclistas. Se dio una en Madrid, otra en el DF. Ya se había hecho una de similares características, 15 años atrás pero en Londres: se la llamó el World Naked Bike Ride, en reclamo por los desastres ecológicos. Y se dio, en el 2018 otra en San Pablo.

Nunca un músico tuvo un mal entendido tan grande con el público argentino como Bruce Springsteen. Lleva tanto tiempo el malentendido que mucha gente ya lo da por hecho. El asunto es así: en 1984, Bruce editó un disco hitero –el más hitero de su carrera- que incluía su canción con más rebote globalizado: Born in the USA. El latiguillo, sumado a la voz aguerrida de Bruce, más una portada del álbum con su propio trasero vistiendo jeans con la bandera norteamericana de fondo, dieron, a muchos hispanoparlantes, la idea de que Bruce era un patriota que defendía la política militarista de su país. Nada más fuera de la realidad.

Con Pity Álvarez preso. Con Charly García que, a duras penas, puede hacer un corte de manga –no le pidan que revolee un teclado-. Con los Redonditos separados y con las leyendas del punk vernáculo, venidos a menos y padres de familia. La única esperanza de la rebeldía criolla hay que buscarla en otra parte. Y el único postulante al trono de espadas de los rebelde way es, ni más ni menos, que Carlitos La Mona Jiménez.

No hay degustación perversa más grande en este mundo que un periodista que ve caer a un ídolo. Lo paladea, disfruta su caída como una peripecia descendente que lo pone casi tan abajo como el propio periodista. Cuanto más elevado el ídolo, el desplome resulta más impactante, más narrativo, más jugoso. Y el periodista se relame.

Poco se sabe de la familia de ese inmenso monumento musical llamado Bob Dylan. Apenas el paso de tibia fama de su hijo Jakob, quien lanzó carrera musical con su banda Wallflowers, reservadísimo y bajo perfil. Pero ahora hay una nueva luz en la familia Dylan: Pablo, el nieto de Bob, e hijo de Jesse, cineasta –dirigió una parte de la saga de American Pie-.

Las llaman superpotencias del espacio. Y hasta semanas atrás, sólo cuatro naciones habían logrado entrar en ese extraño podio con aires futuristas: China, Rusia y Estados Unidos. Ahora, acaba de posicionarse India, quien lanzó un misil y voló, cual pajarito en el cielo, un satélite que orbitaba a 300 km de la faz de la tierra. Parece toda una novedad. Pero ya Rusia y Estados Unidos habían volteado satélites con misiles en 1985. Y China hizo lo propio en el 2007. Ahora, de hecho, vislumbran cómo bajarlos, en lugar de con misiles, con rayos láser para evitar que los restos del misil provoquen desastres.

La vida avanza tan rápido que es suficiente con echar una miradita a las liquidaciones para ver que muchos de esos objetos hoy tirados y amontonados a precio de ganga, fueron no tan lejos ni hace tanto tiempo, joyas codiciadas por todos nosotros. Por lo pronto, no hay paisaje más desolador que una disquería: cidís importados que, tiempo atrás, eran codiciados y pagados a precio dólar, ahora son un descarte deslucido. Un objeto que nadie quiere y a nadie le importa, ni siquiera a los coleccionistas.

Durante un buen tiempo los argentinos nos acostumbramos a dar a luz a ídolos más bien turbulentos que cada dos por tres, saltaban de la gloria a la sección policiales, de Revista Caras a Crónica TV en un abrir y cerrar de ojos. Desde Carlos Monzón a Maradona, y desde Charly García a Ringo Bonavena, la estrella que luchaba por quitarse de encima su propia sombra se había convertido en un sello made in nuestro. Y lamentablemente esa sombra tarde o temprano ganaba la partida.

“A mí a esta altura no me da tanta bronca, pero otros compañeros cuando ven a un pibe argentino con una remera con la bandera inglesa, se paran y les dan ganas de agarrarlos a las piñas”. Esto me decía un amigo ex combatiente de Malvinas, como parte de nuestra desmemoria y descuido cotidiano de cada día. En la semana que recuerda nuestra guerra más inaudita –el 37° aniversario-, donde todas las escuelas se visten de luto por pocos minutos, donde alguien da un discurso leído y lejano, donde se revela cada año una nueva historia de atrocidad y heroísmo, es necesario tener en cuenta que todos formamos parte del olvido.