Crónicas + Desinformadas

Uno es tan callado y el otro tan lengua larga. Uno es tan puro, tan angelito. Y el otro es un tremendo. Uno es tan de su casa que acaba de casarse con la novia de toda la vida, en su ciudad de la infancia. El otro, Dios mío, tiene un bolonqui de mujeres, y un tendal de demandas de hijos no reconocidos. Uno, su mayor pecado, es haber tomado quizás, una Coca Cola light entera y sin compartir. El otro, se tragó todos los pecados de este mundo y aún así sigue vivo.

No es la medicina ortomolecular lo que traerá la juventud eterna. No es el milagro del aloe vera ni las terapias con rayos infrarrojos. No es, menos aún, ni el bisturí ni el botox lo que devolverán al rostro la frescura primaveral de un campito en flor. No es, en fin, ninguna de esos nuevos hallazgos de la tecnología de la pomada. Ahora el boom es dormir. Ni más ni menos. Dormir. Esa actividad en extinción amenazada por trabajos infumables cada vez más exigentes, piquetes cada vez más impredecibles que obligan a salir antes y dormir menos, y jefes cada vez más hincha quinotos.

No hay en este mundo oficio más apresurado que el del periodista, excepto el del camillero y el bombero. Sin embargo, mientras estos se dedican a salvar vidas, nosotros, los periodistas nos dedicamos a enterrarlas. Bueno, no es que lo hagamos adrede y seamos unos perversos. Pero en el apuro, a veces, uno pisa algún que otro pie y enmaraña las cosas.

No para de ganar premios, Abel Pintos. Pero, a la par, tampoco para de dar entrevistas que son un absoluto plomazo. Las confesiones de Abel son una sarta de naderías que lo convierten en, tal vez, uno de los personajes más difíciles de entrevistar.

Una semana atrás mi señora, llegó entusiasmada y me dijo: “Quiero hacerte escuchar un tema. Los neurológos en todo el mundo estudian para ver por qué es tan pegadizo”. Y zas, me clavó el clip de “Despacito”, de Luis Fonzi en you tube. Y fue lo más parecido a que si alguien con gripe me hubiera estornudado en la cara. Tardé –aún tardo- en quitármelo de la cabeza.

Era una tarde de sol en la peatonal Florida. Bueno, no sé si había sol. Pero las tardes de sol hacen pensar en la escritura que todo va a salir bien. Así que: había sol en esta historia. Además, fue hace tanto tiempo -¿15, 17 años?-. La memoria no es lo mío. Pero lo importante aquí es que comprar cidís antes era una aventura llena de adrenalina, y nadie, por ese entonces, podría decir que aquellos días iban a terminar.

A diferencia de otras estrellas musicales de los ’80 –desde Whitney Houston a George Michael-, la gran Tina Turner no murió. Ni mucho menos. Esa cantante aguerrida que sobrevivió a un marido golpeador –el productor y mano larga Ike-, que puso voz y ovario a un puñado de los hits más electrizantes del pop, está vivaz, locuaz y con dedicación full time al budismo.

En la ciudad se sintió un poco la invasión de mosquitos, pero acá, en el pueblo, rodeado de verde, se sintió potenciada. Normalmente para esta época, los pocos mosquitos que quedan mueren de frío y no tienen ni energía para picar. Lo suyo se limita a un revoleteo esforzado y vano que no alcanza para mantenerlo vivo ni un día. Pero esta camada, resistente al frío –tal como explicaron expertos mosquiteros en los medios- viven, tranquilos y todo lo feliz que puede ser un mosquito, hasta en Santa Cruz. Tienen aguante. “No atacan de noche”, agregaron los sabihondos de insectos.

Es el tema alimenticio del momento, el último eslabón en el avance por el derecho de los animales, y acaba de dar su primer picotazo en nuestro país. Se los llama: Huevos libres de jaula. Y si bien el término no se ajusta del todo a la realidad –pues las gallinas de hecho, siguen tras las rejas-, ilustra el rumbo de una tendencia global: gallinas ponedoras que rompen siglos y siglos de esclavitud y explotación, y consiguen, al menos, algunos cm2 de libertad. Dicen que los huevos libres de jaula tienen menos riesgo de contener salmonella y son, por así decirlo, más felices porque sus madres están más felices. Ellas, gracias a esta emergente conquista social, tienen espacio propio para hacer algo más que poner huevos: pueden estirar las alas, las patas, picotear la tierra, y anidar.

Qué lindo el otoño porque, desde hace 43 años también arranca la Feria del Libro, ese momento del año donde a medio mundo le dan ganas de pasearse por la inmensa oferta editorial y sentirse lector con ínfulas de opinar si Gabo o Vargas Llosa, si Botana –no Maru ojo- o Félix Luna, o elige alguna otra rivalidad que, como muchas otras, no existen. Qué lindo porque, así como en pascuas se compran huevos de chocolate, en tiempos de Feria se compran libros.