Crónicas + Desinformadas

Cuánto extrañamos a Antonio Di Benedetto, sobre todo ahora, que escribir y publicar en redes es gratis como el aire y cada cual da rienda suelta a la escritura como si fuera expulsar heces. Justamente él que hizo de la economía de palabras, un sello.

Días atrás se fue, señores, Tom Petty uno de los grandes paladines del rock. Cómo lo quiero y cómo lo escucho. Creció a la sombra de otros colososos como Bruce Springsteen y Bob Dylan –con quien formó un grupo fugaz y de culto, los Traveling Wilburys-, tal vez por eso, Petty no tuvo en la Argentina el protagonismo que se merecía. Sólo lo tenemos de oído de clásicos como “Free fallin”, “Into the great wide open” o “Learning to fly”, y la mayoría de nosotros ni siquiera sabemos que esos hitazos tienen la firma del gran Tom.

Que Lucrecia Martel, se proponga dirigir la obra cumbre de Antonio Di Benedetto, una novela  que, uno podría pensar, se resistía a ser llevada al cine, vaya y pase. Es el temor –o la ambición, depende de dónde se lo vea- de todo autor: que alguien, estando él vivo o no tanto, decida adaptar su obra a la pantalla grande, convencido de su potencial cinematográfico.

Que se haya muerto Hugh Heffner, creador de la mítica Playboy, que haya esperado 91 años de su vida para hacerlo y que haya partido precisamente ahora, tiene un sentido sincrónico. Hugh eligió retirarse de este mundo, justo cuando los playboys están en retirada y es un capítulo cerrado y pisado.

Típica historia: princesa que cobra 500 euros a las marcas por cada foto subida, y que desde afuera, parece llevar vida de cuento de hadas, y por dentro parece una de Stephen King. Pero bueno, el relato de Celia Fuentes no es novedad. Ya medio siglo atrás, Marilyn Monroe sufrió los mismos tormentos por creer en el sueño de Barbie y Kent, for ever in love.

De todas las ternas del Nobel –seis en total-, la que más dolor de cabezas le debe traer a la academia de sabiondos que los entrega, es, sin dudas, el galardón de la Paz. Porque un Nobel de Literatura podrá, después de una carrera exquisita e innegable, pifiarla con algún libro malísimo. O tal vez un Nobel de Física no logre embocarla con un descubrimiento feliz tras recibir diploma, medalla y los, en algunos casos, 874 mil euros que significan el Nobel. No hay mayor peligro en eso. E incluso, si a alguno de ellos les sobreviene la muerte, es comprensible. Puede suceder. Más allá de que algunos puedan señalar que ese Nobel en cuestión ha llegado un poquitín sobre la hora. Pero somos humanos, por más academia Sueca que sea.

Más allá de que a uno pueda parecerle una burrada y un pifie que se calce un pasamontañas para entrevistar al líder Mapuche en pleno noticiero, hay que bancar a Nico Repetto. ¿Por qué dirá? ¿Por qué simpatizar con un conductor que ya viene de otra tomada de pelo al ser argentino, cuando compiló en un tape al voleo de la crisis del 2001, que él vivió en pleno año sabático en Europa, yendo en moto, melena al viento con su bella esposa? ¿Por qué hay que bancar a periodistas como él –porque es un periodista, mal que le pese a muchos-, habiendo tanto colega reconcentrado, atinado y siempre con un discurso ambientalista, integrador, medido y sensato? ¿Por qué poner la espalda por este loco, que baja línea enfocada a una doña Rosa que, nos parece, es más cajetilla que la otra doña Rosa, y vive en Libertador y Tagle? ¿Por qué dirá, con razón, por qué soportarlo y darle un “me gusta” moral?

Los grandes cuando caen, lo dice el dicho, hacen más ruido. Johnny Depp, una de las estrellas mejor pagas de Hollyood, viene más que como estrella, como cometa en picada. A su divorcio millonario ahora se le suma una demanda millonaria de sus abogados que administraron durante años sus finanzas y que advierten que Johnny está descocado. Tal descoque lo llevó a vender mansiones y hasta su yate queridísimo en el que albergó con cariño y mariscos a Brad Pitt y Angelina Jolie, cuando la pareja era todo amor –le costó 18 millones más 350 mil en mantenimiento-.

Ni gay ni bisexual. Ni amante de las drogas. Ni vegano. Ni yuppi, ni hippie, ni millennian ni alternativo. Ni generación X. Ni metro sexual. NI macho alfa ni loser. Normal, un tipo normal.

Por si alguien aún no se dio cuenta, falta una semana para septiembre, y este año, del frío ni noticias. Apenas dos días de helada matinal y frío en las manos. Dos días de campera y saquito. Pero, por lo demás, el invierno no existió.