Crónicas + Desinformadas

Por si alguien aún no se dio cuenta, falta una semana para septiembre, y este año, del frío ni noticias. Apenas dos días de helada matinal y frío en las manos. Dos días de campera y saquito. Pero, por lo demás, el invierno no existió.

No sé usted, pero a la hora de colocar el voto, el mío obedece cada vez más a razones puramente intuitivas. La cara del candidato. Algún gesto de, creo yo, autenticidad. Una respuesta que parece medianamente sensata y fuera de libreto.

Es el capo de todos los capos de la motivación. Nadie como él puede convertir el drama en músculo. El obstáculo en trampolín. Se llama Tony Robbins, parece Arnold Swarzenegger, y a sus seminarios asiste gente de todo el planeta -200 mil al año-, son doblados en vivo y entre sus clientes estuvo, alguna vez, Nelson Mandela, Lady Di y la mismísima Madre Teresa. Su mayor logro es un seminario de una semana, que dicta una vez al año cuesta cinco mil dólares: Cita con el destino. Y que tras décadas de celebrarlo, fue, por primera vez, filmado en un documental irresistible que muestra a Robbins en acción: “No soy tu gurú” –lo puede ver en Netflix-. Tony putea, hace chistes, empuja al límite a los participantes, y todo sin perder la sonrisa. Lo que otras terapias tardan años en lograr, Tony dice que, puede obtener los mismos resultados en menos de un día. Ver para creer. “A veces hay gente que tarda diez años en hacer un descubrimiento, sin embargo ese descubrimiento sucede en un instante. En mis talleres la gente puede tener muchos descubrimientos de esa clase, descubrimientos ilimitados”, promete a los asistentes.

Tiene todos los ingredientes de una serie policial copada. Una conspiración. Un misterio. Traiciones, romances. Un toque paranormal para darle vuelo. Me tragué, sediento, los diez episodios de la primera temporada de Pulsaciones en lo que corre un fin de semana y entendí que esta es una de las mejores series españolas policiales de todos los tiempos. Me animo a decir esto especialmente porque, si mal no recuerdo, no he visto ninguna otra serie policial made in España. Así que: ¿qué más puedo decir al respecto, no?

Durante años fui el biógrafo frustrado de María Amuchástegui. Digo frustrado porque nunca pude plasmar un libro. Así que, en fin, más que frustrado diría fracasado.

Reconozco que los quise, y quién podía resistirse a quererlos. Divertidos, obedientes, laburantes, los Minions eran un amor. Parecían un reflejo del comunismo, pero con una pizca de joda y pachanga. Todos iguales y a la vez, todos distintos y sirviendo al amo del mal.

Me caía bien Angelina Jolie, sobre todo cuando se puso al hombro causas humanitarias. Cuando adoptó hijos en situaciòn de pobreza, me pareció copada. Era una nueva clase de Lady Di, no tan santa como la Madre Teresa pero, por suerte, tampoco con tantas arrugas.

Uno es tan callado y el otro tan lengua larga. Uno es tan puro, tan angelito. Y el otro es un tremendo. Uno es tan de su casa que acaba de casarse con la novia de toda la vida, en su ciudad de la infancia. El otro, Dios mío, tiene un bolonqui de mujeres, y un tendal de demandas de hijos no reconocidos. Uno, su mayor pecado, es haber tomado quizás, una Coca Cola light entera y sin compartir. El otro, se tragó todos los pecados de este mundo y aún así sigue vivo.

No es la medicina ortomolecular lo que traerá la juventud eterna. No es el milagro del aloe vera ni las terapias con rayos infrarrojos. No es, menos aún, ni el bisturí ni el botox lo que devolverán al rostro la frescura primaveral de un campito en flor. No es, en fin, ninguna de esos nuevos hallazgos de la tecnología de la pomada. Ahora el boom es dormir. Ni más ni menos. Dormir. Esa actividad en extinción amenazada por trabajos infumables cada vez más exigentes, piquetes cada vez más impredecibles que obligan a salir antes y dormir menos, y jefes cada vez más hincha quinotos.

No hay en este mundo oficio más apresurado que el del periodista, excepto el del camillero y el bombero. Sin embargo, mientras estos se dedican a salvar vidas, nosotros, los periodistas nos dedicamos a enterrarlas. Bueno, no es que lo hagamos adrede y seamos unos perversos. Pero en el apuro, a veces, uno pisa algún que otro pie y enmaraña las cosas.