Crónicas + Desinformadas

Uno puede ser estafador. Ser explotador. Ser racista. Ser un cochino de persona. Puede consumir drogas, pornografía infantil. Pero en tanto y en cuanto diga que profesa cualquier fe, excepto la musulmana, podrá entrar sin problemas al sueño Norteamericano –quise escribrir suelo y me salió sueño, y es que muchos entran a EE.UU. como quien entra a un sueño -. La pregunta, en tiempos de Trump, sobre el credo que uno profesa, ha transformado a los aeropuertos del país en pabellones de la Alemania nazi: algunos, los más afortunados, forman filas e ingresan. Otros, son apartados y llevados a oficinas donde son interrogados, revisados y en muchos casos deportados. Todo por responder al: “¿Eres musulmán?”, de migraciones con un “Sí, lo soy”.

Cómo lo queremos a James Rhodes: ese sí que es un honesto brutal. Lo queremos porque hizo del piano una voz. Hizo de las torturas y abusos de su vida, una carta abierta contra los atropellos de este mundo. Lo queremos porque recuperó la vitalidad perdida en la música clásica, donde los intérpretes se han vuelto gente muy seria de traje y corbata, de la cual uno desconoce olímpicamente de sus vidas. Gente que parece que no le corre sangre por las venas. Una carrera competitiva para ver quién toca con mayor precisión piezas del año del jopo. Rhodes, nuestro querido Rhodes, voló con todo eso por los aires. Se volvió un músico vivo, vibrante, palpitante, un geniecillo joven que ahora se dedica a enseñar niños en el arte de la música. Que escribió sus memorias tortuosas como forma de quitarse demonios del cuerpo y fueron un suceso editorial.

Primero fue Patti Smith, en la Gala de entrega del Nobel de Literatura a Bob Dylan. Patti debía cantar una de sus canciones más emblemáticas pero también una de las más largas y más cargadas de Bob: “A hard rain is gonna fall”. Y bueno, en un momento Patti olvidó la letra, pidió tres veces disculpas –“lo siento, lo siento, lo siento”-, se llevó las manos a la cara y el mundo se le tiró encima. Que cómo va a olvidarse la letra en semejante gala importantísima. Que cómo no se preparó lo suficiente. Que cómo convocaron a alguien tan poco serio.

Vamos a poner punto final al debate por el topless tripartito en playa familiar de la costa atlántica. Creemos que es hora de que esta acalorada discusión llegue a su fin. Por ello, nos vemos en la necesidad de emplear este espacio tan prestigioso del sitio también sumamente prestigioso para decir unas palabras concluyentes al respecto y dar por zanjado tanto twiteo, mesa redonda, y análisis de dos bandos que lo único que han traído fue sumar metros a la grieta social, o, para ir entrando en tema, al tajo social.

Se supone que es la edad donde uno todo lo sabe y todo lo comprende. Pero, a juzgar por las declaraciones de artistas reconocidos y celebridades, parece que lo peor que puede pasarle a uno en esta vida es hacerse viejo. “No sirvo para viejo”, reconoció el Indio Solari en una entrevista reciente. “Decrepitud son esos 30 años que nos da la ciencia después de los 50”.

Lo habrá notado cada vez que sale por un café o por una comida: hay cada vez más mozos y mozas centroamericanas. Gracias a Dios, porque son más serviciales, tienen más sentido común y dan la impresión de que el trabajo no les pesa. Lo hacen por un espíritu de servicio que, uno juzga desde acá, llevan metido en su Adn.

Un mes atrás o un poco más también, entrevisté a Juanse para un portal cultural. Hablamos de su pasado rockero. Y de su llamativo presente cristiano. Él insiste en que el nombramiento del Papa Francisco fue el hecho más importante de la historia argentina. Y que sus tiempos de rockero sin fe, fueron, a la larga, insoportables.

Primero fueron los Teletubbies a los que acusaban de incentivar el autoritarismo y la boludez. Luego, quisieron meterse con los Pokemon, a los que señalaban de provocar ataques de epilepsia. Y hasta tiempo atrás, algunos afirmaban que si ponías del revés las canciones de la brasileña Xuxa ibas a descubrir mensajes satánicos. Dios mío, ¿por qué no dejan a los niños en paz?

Si aún viviera Víctor Sueiro le hubiera encantado OA. Le hubiera encantado porque él, en especial él, la entendería. Dijeron que era la serie más extraña de Netflix. Y, la verdad, tienen razón. OA es extraña.

En una misma semana, para incomodidad de los periodistas literarios, se murieron dos grandes escritores: Alberto Laiseca y Andrés Rivera. Pero claro, a la elite literaria siempre le cayó mejor Laiseca, pues, así lo parecía, empujaba las barreras de la escritura, escribió una novela descomunal y desmesuradamente extensa –Los Soria- que se hizo de culto, y escucharlo era magnético –tanto que la señal Isat le puso un ciclo de narraciones de relatos de horror que fue un éxito-. Además, Laiseca hablaba sin filtros, ya era leyenda viva –hasta tuvo papeles, en homenaje, en el cine-, y, muerto Fogwill, era el estandarte que quedaba para demostrar que la literatura, es también mugre, pucho e impostura. Cómo no quererlo a Laiseca.