Crónicas + Desinformadas

No importa lo smart que se ponga la tecnología, los autos van a seguir siendo un masivo objeto de deseo. Que el celular se doble, que las pantallas se amplíen y vuelvan 3D, que la realidad aumentada se refleje en tus anteojos, que nuestros libros electrónicos almacenen la biblioteca universal, o que los auriculares contengan la música de toda la historia de la humanidad, nada de eso importa frente a un auto que ruja cual fiera y siga sirviendo de símbolo de que, no importa lo mal que se pongan las cosas, siempre uno puede huir a toda velocidad.

No sólo el día de Halloween se extiende por el mundo entero cual gripe aviar, ahora resulta que el horror se contagia a los clásicos de Disney. Pasó este año con la reversión gore del clásico tiernísimo Winnie Pooh –sangre y miel-, que con 100 mil dólares de producción y aún con críticas flojísimas, recaudó millones y millones, y la imagen del oso atravesado por la maldad, pateando traseros y provocando hogueras a su paso, sigue dando la vuelta al planeta. Y así los productores descubrieron el filón de bañar en sangre la ternura y ya han comprado los derechos para hacer una truculencia remake de Peter Pan y, Dios mío, otra con Bambi. 

En un mundo cada vez más veloz, donde poco a poco se han borrado hasta la tandas publicitarias, si hay algo que duele, incomoda, joroba, es la espera. Nadie quiere esperar.

La llaman segunda ley de la infodinámica. Pero esto que suena un poco áspero y lejano podría tener una implicancia fabulosa en el mundo que vivimos. O, mejor aún, en el mundo tal como lo interpretamos. 

Tal vez no lo supo. Quizás nadie se lo dijo. Es probable que últimamente usted haya estado distraído con la corrida del dólar, la recta final de las elecciones, y nadie se lo advirtió. Y claro, así hasta el cumpleaños de mamá se pasa por alto. Sin embargo, este 16 de octubre, al igual que otros 16 de octubre, se celebró el día mundial del pan. 

Los plazos se acortan, aseguran los expertos. El avance de la inteligencia artificial, advierten, en breve –muy breve- podría alcanzar el coeficiente de los seres humanos que, considerando como viene la mano en los últimos años, no sería muy elevado que digamos.

Nos guste o no, en tiempos electorales, nos sobreviene el debate presidencial. No hay escapatoria, ni para ellos, ni para nosotros. Los candidatos se calzan sus mejores trajes y afilan los grandes hitazos de su discurso. Planean y ajustan con sus equipos, los manotazos que asestarán a adversarios y definirán modos de cubrirse ante golpes ajenos. De eso trata un debate, de una esgrima discursiva, un duelo de lucimiento personal y ensombrecimiento del resto. En fin: una cretinada a la que estamos acostumbrados y que, como televidentes, saboreamos con oscuro regocijo.

Todo comenzó con la pandemia. O mejor dicho, todo acabó con la pandemia. Miles y miles de empleados en medio planeta, obligados a regresar a sus empleos tras un par de años en casa, decidieron cortar por lo sano y renunciar. 

Cada dos por tres los medios lanzan un artículo rimbombante con los nuevos descubrimientos de la ciencia de por qué los viejos llegan a viejos y no sucumben en el intento.

Supongamos que tiene 450 mil dólares y no sabe qué hacer  con ellos. Supongamos que ya ha recorrido de punta a punta el planeta. Supongamos que ya nada le hace temblar la aguja: ni excursiones en el Amazonas, ni safaris por el África, ni exploraciones a los desiertos, volcanes, cataratas, tempanos de hielo, castillo medievales. Nada de todo eso, le entusiasma ni para levantar el móvil y hacer una selfie. Bueno, si usted es de esa gente, el turismo espacial es la solución.