Antes, sí que había que esperar. Y uno se hacía un sabio de la espera. Un artista de augurar lo que vendrá. Había que esperarlo todo y sumido en la incertidumbre del vaya a saber uno si llegará.
Había que aguardar los cortes publicitarios. Había que aguardar a que el teléfono suene para saber si había buenas noticias. Había que esperar a que el timbre suene para ver si los amigos venían a jugar. Había que esperar al diario de mañana para ver el resultado de la pelea de la noche. Esperar, esperar y más esperar. Cola en el banco. Cola para comprar entradas. Cola, cola y más cola.
Ante el primer inconveniente, uno siempre decía su frase de cabecera: “Esperemos”. Y la espera se había convertido en un estado natural. Esperábamos tiempos mejores. Esperábamos la nueva de Tim Burton, el nuevo disco de Prince. Esperábamos, ay sí, el amor.
Pero andá a decirle ahora a un niño que espere. No lo entiende. No sabe qué corno es la espera. Y es natural: pues él se ha criado en tiempos de Netflix: ellos llaman espera a esa pausa de dos segundos entre un episodio y otro. No hay espera para bajar ni transmitir archivos. No hay espera para postear tonterías. Para grabar videítos. Para organizar una reunión de amigos. Es todo ya, ahora mismo, de inmediato. Pizza en 20 minutos. Helado, en 10. Compra de muñequito en China, unos días. Y para ellos, eso ya es un pelotazo en la ingle de la paciencia.
¿Cómo, nosotros padres juiciosos, enseñaremos la espera a las nuevas generaciones del deme dos y ya mismo? ¿Cómo explicarles que el punto del bife requiere su tiempo de cocción, que ciertas cosas si se las pone al máximo, se queman por fuera y siguen crudas por dentro? ¿Cómo, en fin, enseñarles que sortear el escollo del tiempo puede traer un sinfín de problemas, pues el tiempo es sabio y pone las cosas en su lugar y su fila?
Esta transmisión de la paciencia de generación en generación, creo yo, es un caso perdido. A medida que llega nueva gente al mundo, se aceleran los tiempos, y se achica la paciencia. El antojo, el capricho es respondido en un pestañeo. Niños de generación dron. Niños delivery a velocidad de estornudo. Me pregunto, ¿qué harán con todo ese tiempo libre, ganado al intríngulis burocrático y publicitario? ¿Lo destinarán a ordenar más delivery? ¿A enseñarnos, a nosotros los viejos, los chotos, los lentos, el significado de la velocidad?