Que las nubes días atrás formaron su silueta. Que Messi escuchó su voz en el partido. Que los fanáticos lo ven en sueños y les transmite mensajes de esperanza. 

No hay forma de detener la carrera de Diego a la carrera de santo popular. En breve, llegaran los posters que lloran sangre. Los niños y ancianos sanados milagrosamente tras invocar su nombre. La figura que, en vida, ya no podía salir de la cama, ahora, en el plano etéreo, es todopoderoso, omnipresente, milagrero. 

Será cuestión de que el Estado –o la iglesia por qué no- compre su casa natal en Villa Fiorito. Plante una cúpula allí. Y a esperar fieles. 

Diego reúne, por lejos, más elementos para santo popular que el propio Rodrigo Bueno, Gilda o el mismísimo Gauchito Gil. Era, en vida, más contradictorio, más influyente, y más global que todos ellos.

Es cuestión de meses hasta que aparezcan películas tributo. Testimonios de milagros. Palabras de reconocimientos del Papa. Y altares en la ruta con pelotas y remeras del 10. Se estará trabajando en este mismo momento, imagino, en canciones para llorar y para creer que mencionan su nombre, y en plegarias que lo sitúan en los cielos jugando picaditos con los ángeles.

Probablemente, antes que llegue el fin de la pandemia y la inmunidad de rebaño, ya Diego cumplirá oficialmente funciones de santo. Y sus camisetas a lo largo del mundo, empezarán a sudar ríos y más ríos de agua bendita.