Alan Faena había pagado, tiempo atrás, cuando eso sólo era un páramo vacío de mar y arena, 80 mil dólares. El lugar, la Boyita, en Punta del Este, se convertiría, tras la mudanza de Faena, en barrio de millonarios amigos: Suar, Tinelli, Repetto. Y el predio pasaría a valer millones.

Llamó a su hogar en Punta del Este, Tierra Santa, y algo de eso tiene –o tenía-: un paisaje de postal donde Alan torció su destino como empresario de modas, y se decidió, de la noche a la mañana, direccionar su carrera como empresario hotelero. Y todo sucedió allí, en Tierra Santa. Rodeado de rosas que todo el mundo le decía que no prenderían: y prendieron. 

“Es mi lugar en el mundo”, repetía Faena cuando le preguntaban dónde se sentía más cómodo, ahora con sedes de su hotel por todas partes. 

Ese lugar que tanto le dio, esta semana ardió y ardió. Y en pocas horas, a raíz de un incendio en el sector huéspedes de origen aún incierto, pasó de mansión millonaria a un bloque de concreto ceniciento.  Las fotos del antes y el después son impactantes. El mar sigue allí, la playa sigue allí, la vista y el cielo también, pero la tierra santa ahora es ruinas. 

Hasta ahora, Faena no ha dicho nada al respecto. A Dios gracias, la casa estaba vacía cuando sucedió el incendio. Si fue intencional o fortuito, se sabrá con el tiempo. 

Pero lo que más me asombró es la capacidad del fuego para cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos: a la mañana mansión millonaria, a la tarde, escombro. A la mañana, una casa llena de objetos de arte de valor incalculable, a la tarde un revuelo de cenizas y destrozos. 

A la mañana, pulgares arriba. A la tarde, pulgares abajo. 

Es que todo, lo bueno y también el desastre, nacen y se disparan con una simple chispa.