Tanto debate en torno a qué sucederá con esos papelitos que juntamos en el bolsillo con números y caras de gente heroica al que llamamos dinero, nos pone en la obligación de imaginar un futuro libre de estos billetes que se arrugan tanto y son tan proclives al afano y la salidera bancaria.
Los expertos en la materia, auguran un tiempo no muy lejano donde el comercio sea puramente electrónico –ya estamos, de hecho, en ese camino-. Y se pagará absolutamente todo con sólo pulsar un dedo o someternos un lector láser de ojo. Se parecerá, claro, más a video game que a la vida real. La gente invertirá en cripto modenas que nunca verá en su vida. En links de obras digitales que, su vendedor, jura que son los originales, y así en un sinfín de cosas que alguien le dirá que usted tiene pero usted jamás palpará, ni olerá y extrañará quizás los días donde su sueldo se arrugaba en su billetera dándole una irresistible sensación de tetosterona en sangre.
Ahora bien, tal vez, el hombre con la desazón propia de aquel que no ve lo que tiene, podrá en siglos venideros dar un volantazo y hacer borrón y cuenta nueva. En ese futuro lejano, la criptomoneda caerá en picada, el bitocoin será cosa de los losers, el comercio bancario será costumbre de viejos, y lo recontra top, la tendencia contagiada por influencers –pues siempre habrá influencers- será el concreto, realista y visual trueque.
En el futuro, la humanidad cambiará 20 litros de vaca por suscripción en Netflix, pagará el club de tenis con tres conejos y le darán un ticket para el superclásico siempre y cuando usted deposite en la caja. La gente volverá a sentirse pletórica y con la dicha propia de estar vivo. Y regresar así al contacto a flor de piel, del intercambio face to face, chicken to chicken, que tantos vínculos generó, y tantos hijos trajo al mundo en tiempos de nuestros antepasados. Aunque, claro está, en el futuro siempre habrá alguien dispuesto a vendernos gato por liebre.