Días atrás se publicó con bombos y platillos “La guía del mal”, estilo Filcar, pero con las peripecias de los seres más maléficos que pasaron por la ciudad de Buenos Aires. Allí están todos: desde Robledo Puch a las hermanas satánicas y la encantadora Yiya Murano. Y se cuenta con lujo de detalles, direcciones, plazas, los puntos de referencias obligados para que uno reconstruya, en una caminata de domingo, las desventuras a cuchillazos de esta gente con tan poca onda con la humanidad en general. 

El autor en cuestión, el músico punk Marcelo Pocavida, confesó que aquella guía era resultado de una pasión inexplicable e irrefrenable por juntar todo lo macabro y real que había por ahí. 

Es probable, claro está, que todos ellos merezcan –si no es que ya merecieron- películas, series taquilleras y un sinfín de biografías para coronar su obra malvada con el sello pop que tanto nos gusta colocar. Es, llegado ese momento, cuando se pregunta: ¿en qué clase de perejiles nos hemos convertido para venerar a todos estos buenos para nada? ¿Desde cuándo quitamos del panteón a los santos y colocamos, a los empujones, a los asesinos seriales y a los descuartizadores? ¿Quién decidió, sin consultarnos, que a partir de ahora el cielo de los ídolos iba a estar seleccionado por Crónica TV? Yo también tuve mi tiempo de culto malévolo: ahí estaba en mi pieza, el poster de “El exorcista” y en el living tenía otros dos, tamaño cartelera de cine con mis otras dos pelis favoritas: “La noche de los muertos vivos” y “El loco de la motosierra”. Cada vez que mi hija, por entonces niña de 3, ingresaba a ver pelis al living tenía un descuartizamiento y a un gordo con delantal y una motosierra y a mí me parecía lo más normal del mundo. 

Vaya uno a saber quién nos ha insertado el chip de que la maldad es un hábito tan copado. Porque los periodistas morimos por una nota con un asesino serial que cuente desde la cárcel cómo despanzurró a una multitud y nos parece lo más plomazo del mundo cuando alguien va por ahí y hace una buena obra. 

En fin. Los niños ven dibujos de zombies, y piratas y vampiros y monstruitos y ya se van familiarizando con el asunto. Dentro de poco, más que pedir Barbies y autitos pedirán muñequitos del Petiso Orejudo y Jack el Destripador. Que Dios nos salve.