La gente hace cualquier clase de idiotez con tal de evitar estar aburrido. Pues el aburrimiento lo acorrala con el sinsentido de su vida. Cuando no hay otra cosa mejor para hacer, uno deberá, al fin, mirarse dentro, y eso es fatal. Prefería ver cualquier insensatez en la tele, hasta partido de la D, la liga de fútbol de Indonesia, o escuchar cómo a la vecina del cuarto le hicieron una salidera bancaria, con tal de evitar el tedio. Pero el tedio, como todo maestro sabe, es la puerta de la espiritualidad.
Es el cordón de fuego del by pass por algo mejor. Sin tedio, uno seguirá jugando el pasatiempo de la vida rutilante, musical y con brillantina, con coreos de Marcelo, siluetas de Isla de Caras, y perreos arriba del parlante, pero, en el fondo, un pasatiempo con sabor a nada. Cambiar implica resistirse al arrastre del marketing y la cartelería publicitaria. Hacer un corte de manga al envión por seguir engulléndolo todo, clickeándolo todo, y, primero que nada, tener el valor suficiente para ponerle el pecho al aburrimiento.
Hay que aburrirse para salir. No queda otra. Es la llave sucia y oxidada y con mal olor para salir del meollo del pantano, quitar las patas del barro.
El aburrimiento como todo remedio, hasta que actúa parece amargo y sin sentido. Pero luego se abre como una flor y muestra su perfume, despliega el color como una manta bordada. Y cuando la flor se abre, no hay coreo, ni isla de Caras ni brillantina que te haga nunca más distraerte de esa sensación maravillosa. Que, por si fuera poco, es gratis.
Así que, traigan al aburrimiento. Traigan horas y horas de nada misma. De silencio. De apagón y sin wifi. Los necesitamos.