Mientras conversaba con el repartidor de agua –que, por otra parte, acabo de enterarme es maestro de artes marciales-, con el sol a sus espaldas, mientras lo veía explicar con entusiasmo y el barbijo liberando nariz y algo de la boca, los pormenores de una gira que darían él y su equipo de peleadores a Brasil, entonces la ví. Pequeña, brillante, y por qué no feliz. Desde la vereda, y a un metro del repartidor, la observé ascender, al fin liberada, al fin ella y solo ella, en un arco desplegado al cielo invernal pero soleado de mi pueblo. Buscó, se estiró en la medida de sus posibilidades, ensanchándose en el aire como una mariposa.

No sé si es ahora que la recuerdo y le sumo condimento literario, pero si mal no recuerdo, ví en su redondez contenido un arco iris minúsculo. Era bonita, pero claro: peligrosa. Por eso, en ese momento pausado, mientras la seguía con la mirada alcanzar su climax y producir el descenso, reconozco que retrocedí un paso, disimuladamente para que el repartidor no se sintiera mal. Y así fue cómo en un giro multicolor, se perdió a mis pies.

Cuando levanté la mirada, allí venía otra, un poco más grande, robusta, en arco ascendente, mientras el repartidor se lamentaba por las dificultades económicas y la falta de apoyo del municipio para plasmar esa gira marcial por Brasil o tal vez era Perú. Esta vez, en su caída final, impactó en una de mis Crocks.

“¿Eran 250 pesos el bidón, no es cierto?”, interrumpí al repartidor, buscando que no se tomara a mal mi giro en el tema. Pero ya me sentía asustado, en peligro. “260”, me dijo. “Aumentó diez pesos el lunes”. Busqué rápidamente cambio, para no aguardar que extrajera su vuelto, pues eso implicaba más charla, más disparos, más riesgos. “Tomá”, le mostré, “está justo. Ya lo conté”.

El repartidor cambió el semblante, de alegría pasó a una ligera pesadumbre, tal vez sabiendo que su historia había sido recortada, y que, en fin, no me interesaba el destino de aquel viaje incierto de un arte marcial que no recordaba bien el nombre. Pero así son las cosas: tenía que ponerme a salvo de las temibles, brillantes y multicolor gotículas. Que buscaban, sin suerte, meterse en mi cuerpo para liquidarme en su maléfico plan maestro de terminar con la raza humana.