Que haya programas de alto rating de cocina vaya y pase. El hombre es, en su esencia más feroz, un muerto de hambre. Pero toda esta oda y ensalzamiento del rubro pastelería ya es ir demasiado lejos. Aflojemos un poco. Hay realities que arman un dramón de escala pandémica por el simple hecho de una mala cocción de merengue. O participantes que colapsan en vivo a raíz de que el balance visual de su pastel no da muy pictórico que digamos.

Años atrás, nadie en su sano juicio imaginó que el rubro torta escalaría tan lejos. En mis tiempos, había dos tortas importantes: la del cumpleaños que se resolvía con chocotorta y un muñequito arriba. Y la del casamiento que era siempre blanca, siempre de varios pisos –depende el presupuesto-, y siempre iba una parejita arriba. Y eso era todo para las tortas.

Luego estaban, claro, las dos tortas tradicionales que te salvaban el momento cuando en la panadería no quedaban más facturas. Es decir, la pastafrola y la todo terreno torta de ricota.

No había lagrimones al respecto. No había realities. La gente era feliz y si había diez pasteleros en toda la Argentina, era demasiado.

En el medio, resulta que algunos astros de la pastelería en Estados Unidos y Europa, gracias a ciertas innovaciones tecnológicas y culinarias, empezaron a replicar cuanta cosa había en formato torta: guitarras, mascotas, automóviles. En fin. El asunto tomó escala viral. Y así llegamos hasta acá con famosos y no tan famosos exponiendo sus conocimientos y desconocimientos del rubro pastel. Y con un rating que es, por así decirlo, la frutilla de la torta que busca todo programador de canal.

Como toda moda, vaticinamos, no durará demasiado. Aunque, claro está tampoco creemos que el rubro gastronomía, de la noche a la mañana, se extinga de los canales. En todo caso, en 0la, veremos que tendrán su debido minuto de gloria: las pizzas, las empanadas, el chucrut, el cantimpalo y por qué no el rubro sánguche. Hay mucho material para futuros realities. Y, sobretodo, hay mucha gente que sin nada mejor que hacer que andar mirando merengues ajenos.