Pasaron 20 años de la partida de George Harrison y su ida parece ayer. George no sólo fue un guitarrista irrepetible: un loco que llegó incluso a dar vuelta sus solos en los Beatles y grabarlos al revés. Además, fue uno de las primeras estrellas en empalmar rock y espiritualidad. George viajó a India en 1968 y se enamoró perdidamente de su maestro, el gurú Maharashi, precursor de la meditación trascendental.
El maestro le cambió todo, su forma de tocar, su inmersión en la música India –llegó a estudiar con Ravi Shankar-, y su aprendizaje de instrumentos nuevos que sazonó en la discografía Beatle –de hecho, en el año de la visita a India la banda grabó 48 canciones-.
George dejó de cantar para conquistar chicas y empezó a cantarle a Dios. Decía que meditar lo elevaba más que las drogas. Y, aún cuando el resto de la banda pasó de largo de las enseñanzas de Maharahi –hasta lo señalaron por abusos-, Harrison dejó a un lado las sospechas, y lo siguió el resto de su vida.
El puente con el cielo que se tendió a partir de entonces, nunca lo abandonó. No importa lo que tocara, no importa que fuera el primer Beatle en cortarse solo y sacar un disco solista, todo lo que George hizo estuvo impregnado por su devoción a la música sagrada de India.
Aún cuando catapultó varios hitazos pop, siempre volvía a su primer amor: su viaje personal del alma.
Lo queremos tanto a George. Demostró junto a Bob Marley que la fe y la espiritualidad, cuando se unen con la música hacen milagros. Y son tremendos motores de transformación.
En tiempos donde importa más la coreo que la letra, más la pose que el virtuosismo, y más el carisma que el pulso musical, su legado es más necesario que nunca. Volvé pronto, George. El cielo te necesita.