Entre tanto furor por la cocina mediática, y tanto chef con aura de Gato Dumas, que exista alguien como Donato de Santis es un milagro. Es la estrella de Master Chef, uno de los programas más bizarros y pop de la tevé y sin embargo, mantiene su corazoncito tano intacto. 

Se crió en la Puglia, Italia y sobrevivió a todo: a las drogas, a caer en cana, a una deportación, a aventuras por lugares inexpugnables, y a uno de sus primeros jefes que le enseñaba “el punto risotto” pegándole patadas. “No sabés cómo me quedaron las piernas”, me contó una vez que lo entrevisté años atrás. “Pero al final, aprendí”.

Donato cae bien porque él es así: no tiene reveses ni sombras. Dice que el budismo le salvó la vida –recita, según dice, la Sutra del Loto dos veces al día-. Y así parece.

De Santis mantiene cierto aire silvestre en el medio del asfalto, el bochinche y la lucha acalorada por levantar rating en pala. Será porque ya cocinó a la familia Versace, a De Niro, a Al Pacino. En fin, ahora a Donato todo le pasa por el costado.

En lo personal, el culto culinario a toda hora y superstar me parece agotador. Horas y horas de suspenso y tensión dramática por una crema pastelera, en tiempos de sacudón mundial y pandemia globalizada, es intragable. Sin embargo, ahí está Donato, y a él sí se le perdona todo. 

Guarda aún con años y años de vivir en Argentina, la tanada que lo rescata, cual Minguito, del hondo bajo fondo donde el barro mediático se subleva. Tiene familia unida, la mamma viva, y misma esposa desde hace 20 años –ella, fan de su programa de cocina, le mandó un regalo con su número de móvil y así quedaron-. Tienen hijos, viajes acumulados, empresa familiar propia, y todo eso que los medios odian tanto: que no les alimenten el fuego de las rupturas, las infidelidades y el portazo nuestro de cada día.

Por todo eso lo queremos a Donato. Porque es nuestro Frodo, en El Señor de los Anillos, el corazón puro que porta la chispa sagrada de la inocencia y la alegría porque sí.  Y por si fuera poco, guarda el secreto de las mejores pastas de este lado del océano.