El dato dice así: según un estudio en la Universidad Estatal de Nueva York, más del 90% del agua embotellada contiene microplásticos. Y si uno reutiliza la botella, o la calienta en el microondas, zas: se bebe todo ese río de plásticos minúsculos y pasan a formar parte de nuestro organismo. Nos convertimos, por decirlo así, en gente más del lado de la industria plástica que del reino humano.
No es chiste: las botellas no sólo tienen microplásticos, además incluyen nailon, tereftalato de polietileno (PET), polipropileno y poliestireno. Cosas que, lo sepamos o no, no suenan nada bien. Al menos, tenerlas adentro.
Y desprenden un químico llamado bisfenol-A. todo este cóctel artificial inventado por el propio hombre, acaba convertido en hormonas, o lo que supone el cuerpo que son hormonas, y provoca desde trastornos en el sistema inmunológico hasta trastornos cerebrales y problemas reproductivos.
Como verán, no es que sólo se avecine una amenaza de robots que pueden quitarnos, al comienzo, de la faz del mercado laboral, superándonos con creces en todo, además, el propio ser humano está en camino a convertirse en una amalgama de plásticos y gomas, de nylons y cintas. En fin, un muñeco articulado tamaño grande.
En verdad, no sólo nos tragamos estos químicos al reutilizar las botellas que, se supone, deberían ser descartables. Además, asimilamos estas porquerías del aire, y de todo contacto con el mundo, pues pulula por todas partes.
Será quizás ese el motivo de por qué, a las nuevas generaciones les atrae cada vez más la Tablet que la naturaleza, el simulador de gato que el gato mismo, la chica pixelada que la chica real. Nuestro cuerpo pide plástico. Que Dios nos ayude.