Parece el nombre de un gran roedor, pero no lo es. El ratán es la palabra number one de la decoración de interiores. Es el material cool por excelencia que da pinta exótica a las casas. Y hace que parezca más a hotel Faena que a ranchito bonaerense. El ratán. Lo escuchará aquí y allá. Y si tiene suerte, algo tendrá en su casa de ratán. ¿Una silla? ¿Una mesada? ¿Un velador? Mire con detenimiento a su alrededor. Si ve un entretejido fino de mimbre, tal vez haya esperanzas de que su casa atesore algo de este precioso ratán.

Pues el ratán, como ya habrá deducido, no es algo fácil de encontrar. Hay, por otro lado, más de 600 especies de palmeras que responden al nombre de ratán, sin embargo sólo un puñado de ellas, que pueden contarse con los dedos de la mano, sirven para hacer muebles y demás. Y son el ratán famoso –como verá, el reconocimiento y los que quedan en el camino se replica hasta en el mundo botánico-. Los que responden a eta categoría y pasan el casting, tienen  una fibra muy fina y resistente a la pintura que les permite cierta maleabilidad para el entretejido y formar con ellas sillones y demás –los usan de palo de artes marciales, y de látigo para maleantes en países como Brunei, Singapur, Malasia y Vietnam. O al menos eso dice Wikipedia.

Ahora bien, desde los ’70, el ratán ha ido en baja. Cada vez más demanda, cada vez menos palmeras que califiquen para el proceso. Y así es como, desde hace tiempo, lo que usted considera ratán, lo que le venden como ratán y sobre todo, le cobran como ratán -10 veces o aún más que el mimbre-, no es ratán de palmera traída de no se dónde pero lejísimos, sino símil ratán. Esto es: usted se ha comprado plástico.

Es muy difícil, y requiere una mirada penetrante y experta para decir, a ciencia cierta qué es ratán natural y que no. Deberá, como suele sucede, pasar la yema de los dedos para tomar una decisión certera de si a usted le han vendido gato por liebre. Y todo esto por el amor desmedido que tiene el hombre, por el ratán. Ese aspecto exótico y con aires de viajado que aporta el ratán en las casas y que indica que usted no es un bueno para nada, sino alguien que al menos tiene varias millas aéreas en sangre. 

Por lo tanto y en conclusión, si tiene la suerte –milagro diremos- de tener ratán verdadero en su casa sepa que usted es uno en un millón. Acaricie su superficie y sienta la lejanía de ese material en vías de extinción que usted atesora ante la envidia de vecinos y amigos. Coloque sus nalgas en ese sillón de ratán entretejido vaya a saber por quién, y disfrute con creces y reconozca que el valor pagado por él, estuvo bien pagado. Respire hondo, imagine el aspecto de esa palmera talada en un bosque remoto para que usted hoy calme su angustia de nalgas con un confortable sillón de ratán. No dará cobijo a monos ni pájaros. No dará sombra en el sol inclemente a una familia. Pero dará asiento a usted que tanto lo necesita, y que tanto ha sudado la camiseta para que el ratán esté seguro en su casa. Tan caro. Tan exótico. Y tan difícil de decir, a ciencia cierta, si realmente eso que tanto valora, que tanto pondera ante amigos, y tanto dinero le ha costado, no es un nuevo símil plástico que se produce en una fábrica del tercer cordón del conurbano.