Es uno de los nuevos debates de la neurociencia, esta disciplina que pretende revelar todos los misterios de la humanidad: desde el amor, a la tristeza, desde la euforia a la depresión, como si fuéramos computadoras donde basta localizar el chip para saber qué información contiene. Ahora bien, la neurociencia debate en estos días acaloradamente un interrogante infantil: ¿por qué no guardamos recuerdos de cuando éramos bebés? O, para decirlo mejor, ¿por qué un bebé no puede recordar?

 A decir verdad, los bebés –está comprobado- atesoran recuerdos. Reconocen la cara de su madre, pues la registran y reconocen del resto. E identifican otros rostros conocidos. Pueden también recordar mecanismos sencillos a través de sus resultados –una palanca activa en un juego, un botón de disparo-. Sin embargo, cuando se trata de escenas o anécdotas o fragmentos de vida, no hay caso: no los retienen. 

Durante un tiempo se creía que los bebés no guardaban recuerdo alguno. Pero como ya dijimos: lo hacen. Entonces, ¿por qué no pueden recordar tal como hacemos los adultos? ¿Por qué nuestra memoria primera, nuestros recuerdos más recónditos no van más atrás de los dos o tres años de vida? Los neurocientíficos aseguran que nuestros primeros recuerdos son eminentemente autobiográficos. Cosas que nos hicieron. Nacimientos de hermanos. Enojos. Regalos. etc. Pero toda evocación de la niñez temprana siempre remite a algo autorreferencial. Por eso, deducen ellos, los bebés no pueden retener vivencias de ese estilo. ¿Por qué motivo?

Conjeturan dos: uno, porque que no tienen aún lenguaje propio para capturarlos en la memoria. Y dos, la mayoría de los científicos considera que un bebé aún no tiene sentido del yo. Con lo cual, sin un yo no hay nadie allí para registrar las vivencias. Ni sentirlas como propias. Hay experimentos realizados para demostrar que un bebé antes de los 18 meses si se mira al espejo no se reconoce. Sin reconocimiento ni identidad, conjeturan, no hay memoria posible. Sin cajones no hay donde guardar la ropa.

Es así como los bebés fueron y seguirán siendo seres sin recuerdos. Al menos, anécdotas que contar ya de grandes. Tal vez por esa incapacidad de recordar, ni de sentirse separados, los bebés tienen una sonrisa tan plena. Tan confiada. Tan inocente. Y limpia de recuerdos como hoja en blanco. Pues no saben, a Dios gracias, la que les espera.