Los medios han llenado horas de aire, litros de tinta a lo largo de la última semana con la cobertura de la muerte de la Reina Isabel, de Inglaterra. Se maravillaron con la ceremonia, los cañonazos al aire, la marcha, las canciones, los gorros lanudos de la guardia real, la fanfarria y el luto exagerado de la prensa británica. Hubo incluso tiempo para debatir para qué corno sirve la monarquía hoy en día, si es funcional o es mero decorativo de museo, aunque ninguno se puso de acuerdo.

Desfilaron fotos de la reina en plena juventud, junto a papas, príncipes, reyes y presidentes, todos muertos tempranamente. La serie “The Crown”, basada en su vida, volvió a escalar alto en el rating de streaming y los periódicos tuvieron tiempo hasta de escudriñar qué iba a suceder , de ahora en más, con los perritos corgi de la difunta Isabel. 

Pero sobre todo, el foco acabó, como es lógico, por colocarse en su hijo, el flamante rey Carlos. ¿Qué es lo que hará el rey Carlos III, de aquí en adelante? ¿Cómo será la continuidad del legado? ¿Quién es su esposa, que pasará a ser nueva reina? ¿Qué hubiera sido de Lady Di, claro, si no hubiese sufrido ese accidente fatal tiempo atrás?  

Durante la ceremonia de asunción se viralizó un momento donde el nuevo rey protestó porque su asistente no le quitaba de la mesa una bandeja con bolígrafos. La imagen fue reproducida hasta el hartazgo en las redes donde le tomaron el pelo de que, el rey –como cualquier rey- no quiere trabajar. Ni siquiera el esfuerzo mínimo que se requiere para apartar una bandeja.

“El reinado de mi madre fue inigualable por su duración, dedicación y devoción”, dijo Carlos. Tiene 73 años. Ahora vendrán billetes, monedas, y sellos con sus iniciales y su rostro torcido. Y el desafío de consolidar una nación que enfrenta una crisis económica atroz, división con el resto de Europa y reclamos independentistas por todas partes. Además, de revertir un legado que emparenta a la monarquía británica con los peores rasgos de la explotación y la esclavitud.

Y allá va Carlos III, algo viejo. Algo debilitado. Algo titubeante. ¿Y qué es lo que cambiará?, dirán ustedes. ¿Cómo se modificará el mapa geopolítico con el nuevo rey en el trono? Y la respuesta más temida, tarde o temprano, llegará: no cambiará en nada. 

Que Dios salve al nuevo rey. Lo va a necesitar.