Quedarán interesantísimas en los documentales, y en alguna que otra película de Pixar. Serán un reflejo ejemplar de vida comunitaria, obediencia y entrega a un bien mayor, pero la verdad, con una mano en el corazón le digo, es que las hormigas son un dolor de cabeza, para aquel que, como yo, tiene jardín de rosas, por no decir dolor de otra cosa y usted me acuse de atrevido.

Celebro, como le decía, la fortaleza colectiva de la hormiguita pero no en mi jardín. Si veo una, le declaro la guerra. La persigo hasta el final, husmeo su rastro y su sendero. No desisto hasta encontrar, oculto entre el pastizal, su nido secreto: el hoyo donde está la number one, la reina absoluta, meta embarazarse y parir y dar órdenes. Y cuando lo hago, confieso que me sobresalta cierto entusiasmo asesino, y corro a buscar mi disparador lleno de veneno, cual niño camino al kiosco, y regreso allí, ante el hoyo oscuro y misterioso, armado de mi pistola de Hortal. Y les disparo y disparo, cual Rambo embravecido. Y, lamento decirlo, pero les deseo la extinción inmediata. Al menos, a aquella colonia que se atrevió a meterse en los confines de mi jardín y amenazar a mis rosas que ya tengo en cinco colores y me gustaría tener más. 

Una hormiga negra es capaz de convertir, en cuestión de horas, a una rosa bellísima en un racimo de escarbadientes. No hay tu tía. O ellas o las rosas. No hay lugar para convivir. Ni paz y amor.

Escuché muchas formas de acabar con las hormigas. Sin duda, para un espíritu maléfico como el de todo jardinero, la más atractiva es el cebo: se lo llevan y allí adentro, pum, voilá hormigas. Otra opción es el arroz: en el hoyo se expande y parece les joroba la vida. Sería pertinente disponer de cámaras minúsculas para ver el acabóse una y otra vez, y si hay audio con chillido mejor aún. Porque ya les digo: el jardinero es un hombre en pie de guerra. Usted verá y festejará lo colorido y armonioso de su jardín, pero somos gente seria, de armas tomar. 

Por eso, cada vez que empieza la primavera todo jardinero se entusiasma y a la vez, lo sobresalta cierto temor: otro duelo se avecina con las hormigas, cada vez más inteligentes, cada vez más resistentes a los venenos. Y teme que, esta vez la batalla esté perdida.