El sueño de todo niño no es egresar. El sueño de todo niño es tomar la escuela. Tomarla bien tomada, coparla, conquistarla, barrer a maestros y preceptores buenos para nada, y ponerlo todo patas para arriba. Cantar el himno versión Charly y bajar la bandera y dejar ondeando al viento, en su lugar, ropa interior de la autoridad pertinente.
Si uno lo piensa bien, es lo mismo que hacen los reclusos cada vez que tienen oportunidad: se amotinan. Un niño en la escuela tiene muchos paralelismos con esto, pues, de alguna forma, ellos también son reclusos: están atrapados, sin opción de salida, obligados a prestar atención de lo que no quieren prestar atención. Horas y horas. Días y días. Años. Su infancia misma enterrada allí en esas cuatro paredes. Es natural que quieran prender fuego todo. Es lógico que, cada dos por tres, ante un obstáculo minúsculo, quieran, como ahora dar, un golpe y ocupar las escuelas por tiempo indeterminado.
Al inicio de esta semana permanecían siete escuelas tomadas en capital en solidaridad con reclamos de otros establecimientos. Y a pesar de que desde el propio ministerio de Educación, esgrimieron castigarlos con recuperación de días perdidos los fines de semana, más avisos funestos a sus padres, ahí los tiene: los chicos siguen encerrados. Y no piensan, por ahora, salir.
Vivir en una escuela tomada es, por lo pronto, mucho más divertido que vivir en una escuela en funcionamiento normal. Hay una larga tradición de instituciones tomadas en nuestro país. Incluso, 20 años atrás, me tocó investigar para un libro los días en que el escritor Julio Cortázar fue profesor de escuelas en el interior –Chivilcoy, Bolívar y Mendoza-.Y culminó su experiencia como pedagogo, en la Universidad de Cuyo y precisamente no del mejor modo: Cortázar, junto a otros profesores y alumnos tomaron la universidad en días de alboroto político y estudiantil. La odisea duró varios días hasta que, finalmente, los soldados irrumpieron en las aulas y sacaron a todos de las narices, incluido el propio Julio a quien confundían, tan niño parecía, con un estudiante.
Por lo visto, llevamos la toma en la sangre. En el pateo de tablero de nuestros ancestros. Tenemos el cacerolazo en el adn, el que se vayan todos en el dni, el borrón y cuenta nueva en el horizonte. En este país, cuando algo muestra una pequeña debilidad o no muestra los resultados esperados, se lo expulsa, se lo saca de un codazo, y para ello, se toma lo que haya que tomar: calles, escuelas, lo que sea. Hasta los propios fanáticos de fútbol, a veces, copan entrenamientos en pos de hostigar al técnico para que deje el cargo de una buena vez. Así somos. Así fuimos. Así seremos. Y a tomar lo que haya que tomar.