Al día de hoy, a pesar del boom tablet, de la ráfaga exponencial de oferta de películas en red, estrenos 3d en cine, y la mar en coche, a pesar de que los niños buscan cada vez más experiencias nuevas, extremas, y tech, nadie se resiste al encanto imperecedero de la calesita. En CABA persisten estoicas y con pintura nuevita, 55 de ellas –al menos con registro oficial-. ¿Por qué será, de dónde vendrá el hechizo que nunca muere? 

Nadie sabe. Nadie investiga. A nadie le importa. 

La fiebre calesitera, a pesar de que no tenga la gloria de antaño, sigue y sigue. ¿Habrá algo en este dar vueltas musicalizado, sin ton ni son, que nos prepara para un futuro vueltero y sin sentido? ¿Será este rito parte del viaje repetitivo de la vida donde uno, tras mucho girar, vuelve siempre al mismo lugar? Los calesiteros más viejos, tras mucho evaluar estas cuestiones, dicen que uno de los ingredientes más hechizantes no tiene que ver con la calesita en sí ni con su ritual giratorio, es algo mucho más sutil, pequeño y breve: la famosa y escurridiza sortija.

“La sortija es la segunda conquista del ser humano después de su nacimiento”, jura Tito, calesitero viejo de Devoto, donde iban hasta las hijas del Diego. La sortija es una aventura que nunca muere: una conquista osada que exige para el niño de ayer, de hoy y de siempre, el coraje suficiente para desafiar las leyes centrífugas y dejar emerger un brazo capaz de capturar ese anillo de poder, que le traerá la magia impagable de una vuelta gratis. 

La sortija es premio al tesón, recompensa al que se juega el pellejo por más, ejemplo a seguir para el cobarde aferrado a su caballito. Influencers primerizos.

Y así la calesita persiste porque aún en lo eternamente giratorio y rutinario, en el aparente bodrio de lo siempre igual, tiene ese momento heroico, triunfal y denodado donde ganan los que buscan la gloria siempre más allá del giro sin fin de la vida. Donde el premio es una vuelta gratis con sabor a felicidad.