Es cierto que la reciente “El encargado” protagonizada por Francella, no los deja del todo bien parados, pero los porteros –o encargados como se les dice ahora- son el último eslabón de humanidad que les queda a los edificios.
En tiempos donde los consorcios se inclinan cada vez más para una vida sin encargados, donde la limpieza se terceriza y la seguridad es una pantalla en la recepción de planta baja, es importante hacer el rescate emotivo de los porteros. Gente que, la mayoría de las veces, vive en el propio edificio y conoce, de primera mano, las luces y sombras que hacen de todo habitáculo compartido hacia arriba cual caja de zapatos. Los porteros nos conocen más que nosotros mismos. Saben más de nuestras rutinas que nuestra agenda. Y saben, por qué no, cuándo nos quedaremos sin agua, sin luz, sin cable, sin un largo etcétera, pero también saben cuándo nuestro matrimonio está al borde del acabose. Lo saben todo. Y callan. Ese cosquilleo en la espalda que pone los pelos de punta, cuando uno cruza a su portero –o encargado- es señal de que nosotros sabemos que él sabe. Se siente, aún en su sonrisa de compromiso mañanera, cual espada de Damocles. Lo sabe y si quisiera, podía abrir la boca y todo nuestro mundo estaría acabado.
El portero sabe pero no siempre de metido. Sabe porque es testigo. Ahí está él y ella: 24hs, los 7 días de la semana, 365 días al año. Registro mudo –o no- de las vicisitudes e intríngulis del ser humano apretujado en nichos más espaciosos a los que se han dado en llamar departamentos.
No nos gustan los porteros –excepto, claro, cuando la urgencia es grande- porque, en el fondo, todos somos culpables. Todos guardamos secretos. Todos, tarde o temprano, tememos se captados in fraganti por una mirada ajena que, sin embargo, puede jorobarlo todo.
Es así, con esa culpa a cuestas, que el hombre moderno ha decidido, de a poco, con excusas de recorte económico, desplazar a los porteros de los edificios. Convocar gente de limpieza. Seguridad a distancia. Y a otra cosa mariposa. No más fisgones. No más culpas. No más testigos mudos del raterío que llevamos dentro. Al fin, libres. Al fin, salvajes de nuevo. Hasta que, claro, haya que cambiar el cuerito a una canilla. Y ahí sí ,no hay tutorial de youtube que nos salve.