Siglos atrás se afirmaba que el asiento del ser humano estaba en el corazón. Allí vivía su alma y desde ahí irradiaba la fuerza vital a todo el resto. Tiempo más tarde, se empezó a localizar el epicentro del hombre en el cerebro: esa bola mágica, eléctrica, misteriosa, llena de interconexiones que, según los neurocientíficos, podían explicarlo todo. Pero desde hace poco tiempo, primero con sugerencias tímidas de la ciencia, y luego con un aluvión de libros se ubicó el epicentro del ser humano, de la cintura para abajo. Hoy en día, el destino de la humanidad, y por qué no de su quehacer y su malestar diario, está entretejido en sus mismísimos intestinos. 

Quién iba a decir que esa manguera que parecía el último orejón del tarro en el cuerpo humano, por donde pasan tantas cosas feas, nuestra cloaca, en definitiva, tendría tanto poder. Tanta decisión. Tanta complejidad. Pero así son las cosas: hoy el intestino manda. Y los programas y libros para limpiarlo, elastizarlo, purificarlo y resetearlo están a la orden del día. 

Hasta hace poquísimos años, los neurocientíficos eran amos y señores de la verdad. Hoy, codazo mediante, los han desplazados los gastroenterológos. Gente que uno visitaba solamente si iba de diarrea en diarrea. Una rama de la medicina a la que pocos, excepto unos valientes, les prestaban atención.

Primero se insinuó que el intestino era una suerte de segundo cerebro, dado el sinfín de conexiones y complejidad que contenía. Más tarde, se le atribuyó el origen de una serie de enfermedades que iban desde la dermatitis a la obesidad, la depresión, la ansiedad, la jaqueca, enfermedades respiratorias, de los huesos y hasta autoinmunes. En fin: prácticamente todo.

A decir verdad, ni siquiera al intestino lo gobernamos nosotros: lo gobierna la microbiota. Billones de organismos minúsculos que nos habitan –la mayoría de todos ellos los tenemos justamente en los intestinos- y trabajan para diseccionar alimentos y ayudan a reabsorberlos. Aportan vitaminas, aminoácidos, propionato, acetato, butirato, de todo un poco. No hay que ser un astro de la química, para saber que sin ellos, la vida sería imposible. 

Hoy, en tiempos donde los intestinos mandan, y los gastroenterólogos son nuevos gurúes de la vida sana, se han puesto de moda dietas detox que ayudarían a resetear el intestino en 3 días –mucha agua, alimentos desinflamatorios, descanso-, reforzando los microorganismos allí dentro, y, por así decirlo, haciéndoles la vida más fácil: comidas que los potencian, mejoras del sueño que los acobijan, y relajación corporal que los nutre.

Pues ya lo decía el célebre pensador René Descartes: “Excreto. Luego, existo”.