Desde hace un año que a mi hija le leo cada noche los libros del gran Roald Dahl. Ella tiene cinco y a pesar de que los libros son para mayores de 12, los disfruta tanto como si los tuviera: se ríe, patalea, se intriga. Y sobre todo, y esto es lo que hace a Roald grande entre los grandes, se enoja con él. Porque los niñitos y los adultos odiosos, son realmente odiosos. Por ejemplo, “Charlie y la fábrica de chocolates”, adaptada tiempo más tarde en cine por Tim Burton, es una parábola de los deslices más comunes de un niño malcriado: el egoísmo, la gula, la competencia y la adicción de la tecnología. Cada competidor, tiene uno de esos rasgos que lo lleva a perder. Y a pesar de que la novela fue escrita bastante tiempo atrás -1964-, sigue teniendo una vigencia atómica. O “Matilda”, la historia de la niña genio criada por unos padres sinvergüenzas, es, en lugar de apuntar los dardos contra los niños diablillos se mete con los padres que sólo miran su propio ombligo.

Es por todo esto que, la decisión del sello editorial de quitar palabras como “feo” y “gordo”, y quitar de un plumazo referencias que juzgaban eran insultos a la salud mental, o implicaban llamados a la violencia y al racismo, generó una polémica a nivel mundial. Incluso se manifestó el propio primer ministro británico –pues Roald, muerto en 1990, era inglés-: dijo que había que preservar las obras originales y cuidar “la libertad de expresión”. Cayeron en la volteada algunos de sus grandes éxitos: “Matilda”, “Charlie y la fábrica de Chocolate”, y la poderosa “Las brujas” que tiene uno de mis comienzos favoritos. A Dios gracias, Alfaguara infantil, que publica sus obras en habla hispana tomó la decisión, tras conversar con los herederos y custodios de la obra de Roald, en mantener la versión original. Y evitar así controversias. Roald 100% Roald.

Claro, Dahl es más domable póstumo que en vida, pues tuvo declaraciones públicas poco felices teñidas de antisemitismo. Pero aún así sus obras perduran y como sucede con los clásicos: lo trascienden y mejoran a su propio creador. Matilda y Charlie siguen siendo personajes entrañables, de orígenes adversos que, esfuerzo mediante, se convierten en pequeños héroes de todos los tiempos.