Esta manía de tener cámaras de seguridad hasta en el baño, hace que la vida se vuelva un permanente Gran Hermano donde realmente deberíamos ser todos eliminados de inmediato. Es cierto: ahora los robos callejeros, las salidas bancarias, los secuestros y demás delicias de la vida humana, tienen las patas cortas. Es raro que, registrados por alguna cámara, no los capturen en un abrir y cerrar de ojos.
Los noticieros, flojos de rating, han echado mano a las cámaras de seguridad como si fuera un tubo de oxígeno. Allá está el asesino a minutos de su crimen. Allá va al ladronzuelo, bolso en mano, poco después de su golpe. Allá el violador. Allá el menor asesinado. Allá viene la tormenta de Santa Rosa. Allá el tsunami que destrozará la ciudad. Lo tenemos todo filmado. No con la calidad que nos gustaría, es cierto, y no siempre con el mejor de los focos, pero como suele decirse: la imagen está.
Lamentablemente las cámaras de seguridad, un fenómeno sensato de respuesta al crimen y de prevención del delito, acabó siendo un comodín mediático. Los periodistas más que a la información importante, primordial que puede cambiar la situación del país, siempre nos inclinamos por las buenas historias. Por el material que se luce. Por lo rápido y furioso. Y es así como el flujo de videos de bondis que se incrustan sobre kioscos. Balaceras que voltean figuras humanas como si fueran cartones. Hurtos tan rápidos que hay que verlo tres veces y en cámara lenta. Todo eso pasó a ganar un protagonismo que, de no contarse con los videos del hecho, pasaría a olvido de inmediato. Ningún productor ni noticiero le daría tantos minutos de aire. Y en los periódicos del día siguiente, todos esos hechos ni se los encuentran en los avisos fúnebres.
Pero como todo en la vida, la noticia también entra por los ojos. Y ahí están las cámaras de seguridad, de a miles, apuntando con sus cien ojos de mosca, a la realidad tal cual es: accidentada, fortuita, tremenda, y con pésimos actores. No nos gusta vivirla. Pero en la pantalla, papafrita en mano, nos encanta verla una y otra vez.