Cuando era chico, mi sueño era tener un mono. No cualquier mono, sino un monito exactamente igual al que tenía el conductor Raúl Portal en su programa –uno pequeño, que llevaba en el hombre y era tan peludito-. “Mamá, quiero un mono”, le reclamaba a mi madre mientras cocinaba. “¿Un mono estás loco? Imposible”. Claro, vivíamos en un departamento en pleno Barracas y mi madre veía escenarios que, para mí, eran difusos. En tiempos donde internet no existía, traer un mono a casa era un delirio. Insistí e insistí durante semanas, meses, años y mamá no dio el brazo a torcer. Ya teníamos un perro, ¿para qué otro animal y además exótico? En aquella época, años ’80, en los aviso de periódicos vendían monos por doquier. No existía control de ningún tipo o si existía era una figura de cartón. “Fue una mala idea salir con mono en mi programa”, me confesó Raúl Portal, 30 años más tarde, cuando lo entrevisté en tiempos de su defensa al Padre Grassi. “Eso generó una alta demanda en el mercado negro de mascotas exóticas y muchos problemas en las casas”.
Claro, en mi época –tengo 46- era todo blanco y negro: es decir o tenías perro o tenías gato. Y punto. Algún loco tal vez se la daba por tener un hámster pero no más que eso.
Sin embargo, hoy en día la oferta de mascotas exóticas, legales claro, se ha disparado por las nubes: hay gente que tiene lorito. Coballo. Pero también están aquellos que se inclinan por erizos. Sin ir más lejos, hoy en día en Estados Unidos la tercera mascota más elegida es ni más ni menos que el hurón, que tuvo su pico de fama en “Mi novia Polly”, una comedia con Jennifer Aniston.
Una vez visité el depto de un amigo por primera vez y cuando buscaba el baño y encendí por error una luz, ví allí en medio de una habitación vacía, con papeles de diario en el suelo y cagadas por todas partes: una suerte de percha cubierta con una tela. “¿Pero qué hiciste? Apagá ya esa luz”, me retó mi amigo. “No ves que duerme mi cacatúa”.
Otro amigo que se suponía era de lo más serio en el trabajo un día, en confidencia de happy hour contó: “En casa me compré un escorpión. Es hermoso. Le hice una pecera seca con arena. Y le doy de comer cascarudos. Me quedo horas observando cómo les clava el aguijón, los devora y luego deja la pecera llena de cabezas”. Un divino, mi amigo.
Todo animal puede ser doméstico si reúne ciertas características y además no están en extinción. Por ejemplo hay uno zorros minis, llamados Fenec. Lagartos que comen huevos pero son inofensivos. Hay tarántulas domésticas que viven 25 años y sólo comen frutas y bichitos. Gatos salvajes de cola larga. Y cangrejos azules bien fotogénicos.
La vida ha cambiado. Las mascotas también. Imaginamos que en el futuro con la inteligencia artificial y los robots en todo su esplendor, y habiendo ya conquistado el mundo, se inclinarán por tener de mascotas a seres humanos. A quienes sacarán a pasear a ser sus necesidades y, si se portan bien, les darán un ratito el celular para que se entretengan y no chillen tanto.