Si hay un termómetro global de lo mal que está el mundo, ese es justamente la atmósfera que se vive en India. Sin ir más lejos, la última semana balearon a un político junto a su hermano mientras daba una entrevista en tevé. La imagen es brutal: se lo ve desparramarse en la acera sin entender a ciencia cierta qué es lo que ha ocurrido. Lo que ha ocurrido es un reflejo de la ola de violencia creciente que asecha al país.

Duele ver a India así. Pues allí mismo nacieron y se formaron muchos de los grandes maestros espirituales de todos los tiempos. E India fue –y lo sigue siendo de a ratos- refugio de tradiciones ancestrales, templos milenarios, y gurúes que aún siguen en pie, contra viento y marea. 

De allí surgió Buda. De allí, surgió Osho, Krishnamurti, el gran Yogananda. El Nobel Tagore, quien pasó accidentalmente por la Argentina, y fue albergado por Victoria Ocampo, con quien vivieron, se dice, un amor platónico. Las enseñanzas de todos ellos tienen una vigencia poderosa. Y uno tras otro, todos dieron un mensaje global de unidad, más allá de las grietas, y de apuesta a lo esencial, a lo imperceptible a la mirada. Todos ellos señalaron que, para conquistar la paz en el mundo, había que empezar por conquistar la propia paz interior. No van separados el uno del otro. Todos ellos llegaron, enseñaron y pasaron por este mundo dejando estelas de luz. 

Pero la oscuridad y la intolerancia política y religiosa que se vive hoy en India, ensombrece todos esos logros. Parece como si la espiritualidad fuera hoy un mero atractivo turístico. En un escenario donde desde el gobierno hasta los campesinos viven en guerra permanente. Cruel. Y sin huellas de un sesgo de humanidad.

Y cuando hay odio fratricida, las consecuencias no tienen fin. Ahora mismo, mientras balean políticos, y cada dos por tres liquidan y apresan a un representante de una minoría religiosa, existe una avanzada del gobierno para demoler mezquitas –ya lo hicieron con varias- pues dicen que, en sus cimientos hay ruinas de viejos templos hindúes. No importa si las pruebas históricas son o no concluyentes, lo importante para ellos es el símbolo del dinamitar. Del derribar piezas. El símbolo de golpear al enemigo, ya en inferioridad de condiciones. Aplastar al otro en lugar de enriquecerse de las diferencias. 

Como decía, India es termómetro del mundo. Pues es el sitio donde se fundaron legados espirituales hoy en día practicados por seguidores de todo el planeta. Y aún así, puertas adentro, la intolerancia religiosa y política está convirtiendo ese país maravilloso, ejemplar y espiritual, en una batalla campal, todos contra todos. 

Por eso, cada vez que escucho noticias fatales de India, siento que este mundo tan frágil se infarta. Y no podemos albergar grandes esperanzas, hasta que este planeta sane de una vez, su propio corazón.