Para la gente que vive en la ciudad, dormir la siesta es un privilegio de millonarios. No hay tiempo para dormir siesta. Lo más parecido a una siesta es cabecear del sueño en el colectivo. Y a eso, la gente de la ciudad lo llaman descanso. O break. 

La siesta se duerme colectivamente, como en todo pueblo. Y yo, que hace más de 15 años vivo en uno, me tomo, como todos mis vecinos, la siesta en serio. Y aquí sabemos muy bien una cosa: la siesta no es un break. Es una siesta. Punto. El break será tomarse un tecito de parado. O mirar por la ventana fumándose un pucho. Eso es un break. Pero comparar la siesta con un break, sin dudas es faltarle el respeto a la siesta.

La ciencia debate en estos tiempos los beneficios y no tanto de la siesta. Y la verdad es que el debate aún sigue abierto. Están aquellos que aseguran que el sueño bifásico –es decir, siesta incluida- tiene beneficios para la atención, el sistema inmunológico, y alarga nuestros años de vida –excepto, por supuesto, que nos pase por arriba un tren-. Otros juran que, tras largos estudios, la siesta puede causar subidones de presión y hasta obesidad. Un estudio de la Universidad de Murcia concluyó luego de estudiar a más de 3200 adultos durmiendo la siesta –un trabajo divertidísimo, como podrá imaginar- que aquellos que dormían siestas de más de 30 minutos tendían a engordar, entre otros factores no muy copados para la salud. Y así establecieron que la siesta ideal es de menos de 30 minutos y sobre todo, si es un sofá, en lugar de una cama, mejor aún. Aunque no fueron muy específicos en respaldar con información por qué el bullying a la cama y el favoritismo caprichoso por el sillón.

Aún así, nosotros los pueblerinos que defendemos la siesta a capa y espada, como último bastión de la humanidad, ese momento único que hace un tajo sobre el día y permite barajar y dar de nuevo, consideramos necesario tipificarla en la Constitución Nacional. Más allá de lo que diga la ciencia, proponemos que todo edifico de oficinas disponga de sillas que, llegado el momento se hagan camas, como clase bussiness del avión. Esto impactará positivamente en los beneficios de toda empresa, elevará el nivel de felicidad en sangre del staff –más gorditos, quizás, pero más alegres-, y permitirá, igual que en todo partido de fútbol en el entretiempo, en abrigar la esperanza sensata de que, tal vez, la segunda parte del día sea mejor que la primera. 

Pues, al fin de cuentas, no importa lo feo que se ponga el mundo, no importa las calamidades climatológicas, el avance sin pausa de la inteligencia artificial sobre el ser humano, la pobreza galopante, y la mishadura ocre que cae sobre la ciudad, no hay nada de qué preocuparse, mientras haya sofás y colchones disponibles, siempre habrá lugar para un mundo mejor. Aunque eso suceda cada vez más almohada mediante, y menos, allá afuera, en ese espacio que llaman vida real donde la gente duerme poco y mal, y la siesta se considera pérdida de tiempo de un puñado de locos pasados de peso.