Esta semana, religiosamente y por más que el peso caiga, el cambio climático provoque desastres y la mar en coche, los Martín Fierro se celebraron a todo color. Y la alfombra roja sigue tan roja como tuco de la abuela.
Qué hubiese dicho el gran José Hernández, si se enterara que su personaje number one, ha sido empleado por el farandulismo para votar y puntuar a programas y elencos que nada tienen que ver con los gauchos. Qué hay en Mirtha –que entregó, de hecho, premio a trayectoria a Susana-, o del Gran Hermano que se llevó estatuita de oro, de ese famoso gaucho honrado y picante a la vez. Podríamos decir que no mucho más que el mate.
En tiempos donde todo se ha devaluado y perdido el pelo pero no las mañas, el martinfierrismo del espectáculo sigue, sin embargo, como si el tiempo no pasara. Una vez conocí un miembro del jurado. Era editor en la revista donde yo trabajaba. A decir verdad, nadie lo respetaba mucho y todos estábamos convencidos de que aquel hombre estaba puesto por el dueño. Ahora que recuerdo ni siquiera era editor de espectáculos. Ante lo cual, me preguntaba –nos preguntábamos con mis compañeros- si no sería cosa que en los Martín Fierro también, aquel hombre estuviera puesto por el mismísimo dueño. Aunque claro: ¿los Martín Fierro tendrán dueño? ¿Quién será el señor APTRA que todo lo digita?
No importa la respuesta, que seguramente la hay y es pública, desde que conocí a aquel editor que era secretamente jurado del Martín Fierro y que nunca nadie le vio hacer veredicto alguno sobre cine, ni ponderar una nueva serie, nada pero nada de nada, desde entonces, les decía, cada vez que veo una entrega de los premios fierrazo pienso en aquel hombre. Qué será de su vida. Seguramente habrá juntado más canas. Seguirá tan flaco como siempre. Tal vez, siga sin ver un solo programa o estreno. Y viendo pasar la vida lánguidamente con cara soporífera de jurado del espectáculo.