Quedaron tantas estrellas pop que rodaron pendiente abajo que pocos apostaban a que Taylor Swift llegara a los 33 años con más éxito que nunca. Tanto es así que la Reserva Federal de Estados Unidos, una entidad que se interesa sólo por aquello que realmente mueve económicamente la aguja de una superpotencia, que acuñó el término “efecto Taylor Swift” para explicar el subidón de ingresos en 17 estados de la nación, producto de la gira de la rubia Taylor intitulada “Eras tour”. La gira en cuestión, como bien sabemos, la traerá por aquí donde dará dos conciertos en River a todo trapo, y además la paseará por cinco continentes: 131 shows en total. Es decir, muchas economías que sentirán el electroshock de ingreso producto del, ahora ya lo conoce, “efecto Taylor Swift”.
Quién, decíamos, hubiese considerado que llegaría tan lejos la joven Taylor cuando disputaba el trono de reina pop con Selena Gomez, Demi Lovato y Miley Cyrus, que, de la mano de Disney, parecían candidatas a quedárselo con todo. Y a la pobre Taylor la relegaba a las páginas de chimentos y la acusaba, el chismorreo habitual, de robarle novios a las flamantes reinas pop que pronto, pisarían el palito –Madonna, se decía, había una sola-.
A decir verdad, a diferencia de todas ellas, Taylor sólo se apalancó gracias a su música. No hubo película taquillera, ni serie de Hannah Montana ahí para torpedearla al estrellato. Nada de eso. De ese modo, mientras las otras sucumbían a la mayoría de edad, a los divorcios y la maratón de rehabilitaciones por vicios varios, y Disney las abandonaba como fruta pasada de estación, Swift seguía en pie, más madura y más hitera que nunca. Menos errática que sus pares con, se suponía, más condiciones de brillo y estelaridad. Y más coherente que todas ellas.
En todos estos años, Taylor vendió 50 millones de discos, sus canciones tuvieron 150 millones de descargas y ganó 12 premios Grammy, entre muchísimos otros. Tercera generación de familiares presidentes de bancos, su padre fue asesor de una famosa entidad financiera y su madre también era inversora –tal vez de ahí su fórmula inoxidable de hits-. Taylor, criada en familia presbiterana, se mudó a Nashville a los 14 para sacar chapa de artista country. Batió récords de contratos, composiciones y premios a edades irrisoriamente juveniles. Fue en el 2019 la artista mejor paga del planeta –según la revista Forbes- y hace poco, la nombraron la artista de la década -2010-2020-. Probó como actriz, y hasta Michelle Obama le dio un premio por su compromiso social. Tiene jet privado, compró mansión para sus padres, y el mundo entero la ama.
Por lo visto, la tendencia en alza continuará y las reservas federales de cada país darán cuenta del efecto Taylor, ese aire fresco que llega a las finanzas, y moviliza a millones de jóvenes que vuelven a creer en que una artista les habla directamente a todos ellos. Y no sucumbe a la resaca post Disney. Señal de que aún la música es suficiente para sacar chapa de reina.