En la disparada de metralla de artistas internacionales que llegan este año a la Argentina, sedientos –no todos, claro- por facturar en tiempos donde ya nadie compra discos, hay que destacar una visita que es digna de mención: los muchachos –ya no tanto, más bien podrían ser abuelos- de Blur que llegan, si Dios quiere, en noviembre.
En los ’90, junto con Oasis, los británicos se sacaban los ojos, la prensa hablaba maravillas y también extraía los trapitos al sol de cómo estas dos bandas competían para ser number ones absolutos a escala global, en la misma sintonía pugilística que los Beatles y los Rolling Stones.
A mí, qué quiere que le diga: siempre me gustaron los Blur. Oasis, excepto unos pocos hits imperecederos, me sonaban repetitivos. En cambio, Blur era una detonación experimental y sónica nunca vista. Era creatividad en estado puro. Era un surtido de paisajes sonoros con un corazón dulce y romántico. Era una mirada ácida y melanco sobre la vida misma –y qué podría esperarse de un británico que de 365 días al año, uno a duras penas le toca sol-.
Damon Albarn, líder de la banda, es una usina musical pocas veces vista. Sin ir más lejos, en lugar de girar de por vida con Blur facturando y facturando, creó una banda animada llamada Gorillaz que fue también suceso mundial –usted chequee si fue la primera banda animada de la historia, para mí sí-. Y luego, como fan sincero de la música, al igual que Peter Gabriel, sacó su propio sello de world music y salió por el mundo cazando talentos escondidos. Para darles así voz y revalidarlos a los ojos del mundo –lo bautizaron Africa Express-. Así, por ejemplo, dio visibilidad a artistas africanos conmovedores –aunque algunos lo acusaron de hacer contratos abusivos, pero ese es otro tema- en conciertos y discos legendarios. También, por si fuera poco, compuso su propia ópera, discos solistas y formó otra banda no tan popular de nombre largo –The good, the bad and the queen- donde se dio el lujo de asociarse a su ídolo de la adolescencia: el bajista de los Clash.
Pero Damon no para y eso es aquello que lo vuelve tan simpático y hechizante. Ahora, rearmó la banda Blur y sacó un disco nuevo –“La balada de Darren” razón que los trae por aquí en noviembre- en cuya portada que, digitalización mediante nadie verá, un hombre nada en una pileta, en medio del océano. Y esa portada de disco, sin embargo, lo dice todo: una sociedad, vidas enteras, dando la espalda al mar, a la vida misma. Sumergidos en su piscina de asuntos estancados y solitarios, cada vez más virtuales y menos reales. “Esta es la era más narcisista de la humanidad”, dijo Damon al estrenar su disco. Y hay que creerle. Él hizo de la melancolía un lugar no tan triste. Del pop un reducto no tan monótono. Y de la música de los últimos 30 años, una explosión multicolor, una algarabía de posibilidades, un desfile sinfín que invita a creer que, vaya uno a saber, tal vez la música realmente sea la salvación.