La historia en los medios narraba que cierto actor, reconocido hasta no hace tanto, a causa de la mishadura económica, debió salir a interpretar cierta obra a cierta plaza porteña con fines recaudatorios. “Y lo hizo a la gorra”, expresaba admirado un periódico famoso. 

Lo que al principio fue foto testigo subida a las redes, se transformó en fenómeno viral y al poco tiempo, la gente se lanzó a ver al actor, aún famoso, aún un nombre que a uno le suena de no sé donde, aún no sé cuántos seguidores en las redes, ganarse la vida como actor callejero. 

Sin embargo, es evidente que toda esa multitud lanzada en tropel a la plaza a ver actuar al actor que ya han visto actuar en sus tiempos de oro –cuando las familias se reunían ante la tele como si fuera el Sumo Pontífice-, se debía menos al deleite actoral que al dulzor que provoca en los ojos contemplar a la estrella caída en desgracia. Un espectáculo astronómico que, desde siglos, ha deleitado a la humanidad: la estrella engullida por el agujero negro que todo lo traga. Contemplar a ese mismo actor visto tiempo atrás, con maquillaje, y besando a la actriz del momento –que tal vez, hoy protagonice obra en otra plaza, con otra gorra recogiendo moneditas-, es un show que no tiene precio. La caída de la estrella está siempre llena de atractivo. Más aún que en sus días de esplendor.

Los mismos medios que daban cuenta, primero, del actor consagrado asomando tímidamente a la plaza, gorra en mano, capeando el frío invernal, luego registraban el eco de la gente que, supuestamente lo apoyaba y celebraba con fotos subidas inmediatamente a las redes, en esa osadía financiera en pleno desbarranco profesional. El valor agregado, el extra, el saborcito irrepetible del derrape económico del actor en cuestión, llenaba a todos los concurrentes de una mezcla de algarabía cooperativa y el dulzor del morbo en vivo y en directo.

Habrá en ese mismo momento seguramente otros artistas en caída libre en otras plazas, en otras esquinas, que eligen sanear las cuentas y llenar el changuito del super inmolando el orgullo en vivo ante sus fans que saborean el drama en carne propia. Y lo aplauden hasta que le duelen las manos, y captan tantas fotos que no hay chip que aguante en el móvil, y se sienten parte de ese espectáculo shakespereano donde el rey cae del trono, y se dedica a llegar a fin de mes como panelista de programa de chimentos.